viernes, 27 de enero de 2012

V I O L E T A S P A R A V I V I R

Subía la montaña pensando en sus tribulaciones y de pronto en una grada de la escalada, apareció un bosquecillo de violetas frescas. Sintió que se iluminaba su perspectiva del momento y en seguida redactó un haiku, para recordar que de cien situaciones que nos preocupan, en noventa y nueve no sucede nada malo y que Tao siempre nos acompaña.
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tribulaciones
subiendo hacia el pueblo.
violetas mil.


Cuando por fin llegó a la casa, su esposa tenía en el hornillo encendido, té caliente con especias para confortar el espíritu, un cuenco de arroz con pollo frito y huevos de codorniz, que revitalizó el cuerpo y todo pareció solucionado, nada puede ser mejor que estar en el hogar.
Después de una noche tibia y tranquila, despertó con nuevos bríos y alegre ánimo. Salió muy temprano a pescar truchas del río que baja la montaña. Cambió algunas con su primo, por una bolsa de arroz integral, arrancó zanahorias, papas, cebollas de verdeo, apio, ajo, perejil y manzanas dulces de su pequeña quinta y recogió huevos del gallinero. Volvió luego a casa para preparar un excelente almuerzo.
Después de comer liviano, durmió una corta siesta y se levantó tranquilo. Dio de comer a los animales y revisó las trampas para zorros y otros depredadores. Reparó unas tejas del techo, pues se venía la época de lluvias y luego adiestró al cachorro nuevo durante una hora.
Pasada la media noche, su esposa le avisó que ya había llegado el momento tan esperado y solamente tres horas después, le mostró a su primogénito, muy serio, arrugado y bastante callado, casi ni lloró al nacer. El padre lo levantó hacia el cielo, mostrándoselo a la Madre Tierra y a todo el Universo, nombrándolo “Servidor de la Luz”, como su finado padre, a quien había honrado y aún admiraba profundamente. Emocionado, trajo la cuna de bambú que había estado construyendo la semana anterior y acomodó al recién nacido entre almohadones de plumones de eider, que obtuvo de algunos nidos, en la costa.
Y recordó sus preocupaciones de la víspera, cuando escalaba la montaña y divisó el bosquecillo de violetas que le dio tanta paz. Vio que ciertamente no había razones para inquietarse.
Solo hay que vivir.

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