lunes, 16 de enero de 2012

L A D R Ó N

Sabía que algo raro estaba pasando, pero tenía que descubrir cómo. No resultaba fácil escudriñar las maniobras de ese tipo. Aparentaba ser un personaje demasiado bueno para ser cierto. Algún defecto debía tener. Nadie más podía haber efectuado el robo, tan limpia e impunemente.
Mantuve la vigilancia las 24 hs, anotando los movimientos y contactos que realizaba el sujeto y durante los primeros diez días, no pudimos ver nada fuera de lo normal.
Había sido el único sospechoso, pero sin pruebas, nada podía hacerse. Entonces, decidimos montar un operativo “cebo”: ponerle una carnada realmente tentadora, a ver si picaba.
Todos sabían que coleccionaba licores importados.
La primera semana no pasó nada y cuando ya promediaba la segunda, notamos que miraba las cajas atentamente, luego hubo cierta vacilación y finalmente, el tipo mordió el anzuelo, se llevó una botella de la mercadería para su casa. Dejó pasar unos pocos días y se llevó la caja con las cinco botellas restantes. Todo fue filmado y en presencia de dos testigos de la guardia. La cámara estaba tan bien camuflada, que no descubrió que estaba siendo filmado.
Esto no constituía una prueba legal definitoria del delito anterior, pero para la dirección y los detectives, significaba que el hombre era ladrón… Luego corrió el resto de las cajas a un rincón, para que siguieran ocultas y nadie solicitó esa mercadería durante las semanas siguientes. Esto era algo fuera de lo común, porque generalmente, toda la mercadería de colección o la de primera calidad, era solicitada el mismo día, inmediatamente después que la dejaban en el depósito. Revisó el inventario y no estaban registradas. Esa era parte de nuestra táctica para atraparlo.
Allí solamente permanecían guardadas las materias primas y algunos productos de segunda calidad, artículos de limpieza y repuestos de las camionetas que hacían el reparto.
Mantuvimos el operativo vigente otra semana y siguieron filmando los movimientos del ladrón, que para entonces, ya se había llevado todas las cajas. Al seguirlo, después de que salía del trabajo, vimos que se contactó con un conocido distribuidor de tercera categoría y que pareció muy contento al estrechar su mano. Una hora después, le estaba entregando las cajas y quedó filmado cuando recibía el dinero por la delictuosa transacción.
Inmediatamente fue apresado y confesó también el robo anterior, por lo cual recibió ocho años de prisión. Por buen comportamiento, salió apenas a los tres años.
Pasó casi un lustro. Yo me jubilé y fui a vivir a una quinta con árboles frutales en una población cercana. Poco a poco fui conociendo a los vecinos de las quintas de al lado y algunos del pueblo. A veces, iba a la carnicería a comprar carne para el asado de los domingos y esa vez, mientras esperaba que me atendieran --había otras personas esperando también. Veía la nuca de uno de ellos que estaba delante de mí y me pareció familiar. Cuando volteó la cabeza lo vi. Era aquel bandido de antaño, que recogió el paquete con su pedido, pagó y se fue. Creí que no me vio. Subió a un auto sedán negro flamante, de cuatro puertas y partió acelerando ruidosamente, sin necesidad. El carnicero hizo un gesto de enfado y uno de los parroquianos también pareció molesto. Intercambiaron un par de frases que me dejaron ver que el tipo seguía siendo desagradable.
Cuando quedé solo con el carnicero, me atreví a preguntarle quién era el sujeto del auto negro y me respondió que era el nuevo alcalde del pueblo, que echó a todo el personal de la oficina y trajo a su propio séquito. Ese fin de semana estaban de gran festejo y había algunas exquisiteces que el empleado había olvidado pedirle al carnicero, así que, malhumoradamente, tuvo que acudir a la carnicería, el propio alcalde en persona.
Esa semana hice algunas averiguaciones a través del gerente del banco, el comisario y mi abogado que también movieron sus propias listas de contactos y me pude enterar de una realidad apabullante. Resulta que el nuevo alcalde había llegado al pueblo hacía algo más de cuatro años y consiguió un simple puesto de empleado en la alcaldía. Al principio parecía muy amable, se granjeó la simpatía del alcalde anterior y poco a poco, arteramente, perpetró una muy hábil y despiadada estratagema para desprestigiarlo. Al mismo tiempo, fue conquistando asociados para negocios no del todo lícitos, facilitando trámites no permitidos, comprando votos a cambio de favores y prebendas y dentro de la oficina fue serruchando sillas, hasta quedarse prácticamente a cargo de todos los trámites más importantes. Logró que las personas más influyentes sospecharan de ese buen señor que todavía confiaba ciegamente en él, así que, además, le hizo firmar inadvertidamente, papeles que evidenciaban varios desfalcos de grandes proporciones y tuviera que renunciar para evitar el escándalo. Ciertos ex empleados descubrieron algunas de esas traicioneras maniobras, pero por falta de pruebas no pudieron denunciarlo y también tuvieron que irse.
Yo me propuse sacar a la luz todas sus tramoyas y develar su funesto pasado y aquí estoy ahora, entre rejas y mi abogado dice que no hay escapatoria, cuando el alcalde me reconoció en la carnicería, en seguida se puso a trabajar para liquidarme, pero ese es material para otra historia.

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