domingo, 29 de enero de 2012

SUEÑO DE CARNAVAL

Omar, el escultor, se levantó muy entusiasmado, aquella mañana de principios de enero y marchó con el camión hacia las canteras.

Es por todos sabido, que en Brasil, donde se desarrolla esta acción, una enorme cantidad de personas vive preparándose todo el año para el tiempo de Carnaval. Y Omar, tenía el fuerte presentimiento, de que esta ocasión iba   a ser extraordinaria.
Al atravesar el pueblo, hacia los yacimientos,  se asombró de ver tanta gente practicando los desfiles de Carnaval.  En medio de gran alegría bullanguera, se escuchaban entremezcladas, las nuevas canciones y las de los viejos tiempos.
Apenas vio los enormes bloques de granito negro azulado, estuvo convencido que, bien pulido, quedaría estupendo.
Eligió la fracción más pura del mejor de ellos y la hizo cargar en su camión.
Tenía sueños recurrentes, en los que veía un hombre moreno alto, que cantaba y tocaba el tambor. Le cautivaba ese ritmo africano que llevaba en su propia sangre y quería corporizar la imagen de su retina, en la gran piedra, para compartirla en esas fiestas.
Al ver algunas fotos viejas, se dio cuenta de inmediato, que el personaje de sus sueños, no era otro que su propio abuelo Shadi, padre de Yamila, su madre.
Aquella lejana noche, hacía cuarenta años, durante el funeral del anciano, que pasó de un sueño al otro, Lucila,  la adivinadora del pueblo, había profetizado que el alma  del viejo se encarnaría en su nieto, nacido a la misma hora.
En el taller había otras esculturas, que serían entregadas para la apertura del carnaval. El decía que la del tamborilero era solo para darse un gusto, sin embargo, se dio cuenta que era una misión impostergable!
Veía al alegre personaje, de tamaño real, cantando y danzando, batiendo el parche africano, como lo había visto en sueños y ensueños durante las últimas semanas.
Aplicados a la pared principal de su estudio, había dibujos con perspectivas bien delineadas, de la que sería su obra. El tamborilero le miraba con una sonrisa que parecía decirle: “—Y, gurí, ¿cuándo empezamos?”
Apenas fue depositada la negra roca pesadamente en el centro del taller, donde confluía la luz de los tres ventanales, comenzó muy emocionado, a quitarle golpe a golpe lo que le sobraba, a fin de descubrir al tamborilero escondido allí.
Omar quería exhibir la pieza en el jardín del frente de su casa, a tiempo para la inauguración del gran festejo,   que coincidía con la fecha de su cumpleaños. 
A medida que la obra iba tomando forma, seguía averiguando acerca del viejo Shadi ("cantor", en árabe).            Su madre, le mostró el tamboril preferido del abuelo, para que lo copiara. Entonces, comenzó a ejercitarse con  el instrumento, tal como lo veía en sus sueños, escuchando los mismos tambores y tonadas africanas, en el viejo fonógrafo de la familia.
Cuanto más hondo calaba el cincel y el granito iba tomando poco a poco, la forma del abuelo, Omar sentía           un asombro y frenesí inusitados, al sentir en su propio cuerpo una metamorfosis asombrosa y temible: el mismo se iba pareciendo cada vez mas a su abuelo, con su entusiasmo, alegría, cabello ensortijado, nariz roma, labios gruesos y pómulos salientes.
Al principio, Yamila no daba crédito a sus sentidos y pensó que imaginaba locuras. Sin embargo, a medida que pasaban las horas, se hacía más evidente la inusitada transformación  También su voz era más grave y cantaba las canciones de Shadi en portugués y otras en su dialecto africano, aunque nadie se las había enseñado!
Esa última semana previa al carnaval, hubo tormentas eléctricas que dieron un marco atemorizante a la escena de esa mutación ya ineludible. 
Una vez perfectamente pulida la pieza, reflejaba destellos índigos mágicos a su alrededor. Con extremo cuidado, la colocaron en el jardín, al frente de la casa, al ponerse el sol.
Entonces, cuando los acordes de una vieja canción de carnaval invadieron el ambiente y la primera comparsa irrumpía en la escena con gran algarabía inaugurando la fiesta, el abuelo, en medio de un estruendo que lanzó pedruscos negros por todos lados, se desprendió de la piedra… y en carne y hueso, comenzó a bailar rítmicamente, uniéndose a la comparsa.
Al unísono, naturalmente, el nieto petrificado, ocupó el lugar vacante en la negra roca.

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