miércoles, 26 de diciembre de 2012

La brisa del atardecer 
y la luna virgen,
escoltan mi sueño al azul, 
con la paloma de la canción. 
Raudos llegan a tu jardín, 
al desplegar sus capullos,
cual prístinas mariposas,
las níveas flores de luna,
de aroma sutil y vida breve… 
Entonces,
mi alma besa tu alma, 
y allí permanece,
custodiando tu noche sin mí.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

G R A T I T U D Y B I E N E S T A R

Desde hace años escribo y hago fotografías. Es para darme gusto y a veces comparto ese arte con alguien más. Mis temas preferidos tienen que ver con el Amor, la Vida y la Naturaleza.
No estoy solo, alguien mayor que yo está siempre donde voy, se mantiene sin juzgar, discreto y lo respeto. Quisiera hablarle, cambiar impresiones, pero es callado, ausente, aunque está ahí.
Cuando camino por un parque o un bosque, en el valle o la montaña, a la orilla del rio o en la playa, estoy alerta para descubrir la belleza de la Naturaleza, un pájaro, un niño, una mascota, cualquier animalito silvestre, insecto, cosa o tema hermoso, diferente, armonioso, llamativo, conmovedor y trato de capturarlo, congelarlo en el tiempo, mediante la foto o la palabra, o ambas.
Ese Ser que me acompaña nunca opina, así que debo opinar por él. Esto le agrega más responsabilidad a mi ocupación, que más que un mero entretenimiento, es tiempo de calidad,  importante y disfrutable para mí.
El otro día pude apenas, para mi pesar, solo vislumbrar la sombra de un colibrí. Hacia un minuto que escuchaba ese sonido tan particular que emite… es como un “thh,  thh,  thh” y en seguida lo identifiqué, pero no lo pude ver, desapareció entre el follaje del muro norte de mi jardín.
Algunos saben que la tribu Navajo de Norte América, es sabia, sobre todo, en lo que tiene que ver con la Naturaleza y el Ser Humano. Hace poco, llego a mis manos un artículo de Flavia Carrión, un personaje multifacético que sabe mucho de todo lo concerniente a la Naturaleza, las plantas, las personas, el chamanismo y demás temas. Y justamente, allí comentaba que los Navajos “caminan en belleza”, o sea, que se sienten parte de lo que les rodea y lo veneran, caminan en medio de la hermosura, rindiéndole un tributo de amor y respeto a cada planta, a cada cielo, a cada ser, insecto, animal o humano que descubren en su recorrido diario.
Un filosofo chileno, sabio, maestro, artista, gurú, cineasta, mimo, psicoterapeuta, tarotista, genealogista, escritor y poeta: Alejandro Jodorowsky, contaba que cierta vez, cuando él era más joven (ahora tiene más de ochenta años) pudo ver que una vecina, se tomaba la tarea de limpiar la vereda y la calle de sus vecinos y Alejandro le pregunto extrañado, por qué lo hacía, a lo que ella contestó, que a su modo de ver, todo el barrio le pertenecía y se sentía responsable de que luciera bien. Desde entonces, también Alejandro comenzó a adoptar esta postura y a realizar arte que mejora a la gente, arte para sanar. Les lee el Tarot, para conversar con ellos y estudia su árbol genealógico, gratuitamente, ayudándolos a comprender mejor su presente, conocerse un poco más a sí mismos y resolver sus problemas, mediante atinados consejos o trucos psico-mágicos, por ejemplo. Sus libros se venden en todo el mundo.
Un relato aleccionador de Jodorowsky, es el de un anciano que vivía en China, en un caserío situado al lado de una montaña, que le tapaba completamente la luz del sol al poblado durante todo el día y muchos niños resultaban raquíticos. Así que una mañana, muñido de una cucharita de porcelana, salió de su casa. Algunos jóvenes del pueblo le preguntaron adónde iba y el anciano les contesto que estaba harto de vivir a la sombra y que iba a mover la montaña de lugar. Ellos rieron muchísimo cuando comprendieron que para eso llevaba la cucharita y ridiculizándolo, le dijeron que eso era absolutamente imposible, que nunca lo lograría, a lo que el viejo caballero contesto: “Si, ya lo sé, pero alguien tiene que comenzar”
Así que después de tantas lecciones de humanidad como estas, que son buenas noticias, dignas de publicarse en todos los diarios, en vez de las desgracias que muestran habitualmente, quise pasarles el santo, a ver si podemos difundir con acciones, ya no solo con dichos, estas maravillas, para que nos llenemos de alegría, gratitud y optimismo reparador y salgamos al mundo, cada uno de nosotros, con nuestra propia cucharilla de porcelana o el instrumento que nos parezca más adecuado, para realizar nuestra indispensable buena obra de cada día. 

martes, 30 de octubre de 2012

Vidente

Llovía como si fuera la última vez y el niño estaba solo, parado en una vereda de la 18 de Julio, la avenida principal de Montevideo[1]. Al arreciar la tormenta había buscado refugio en un kiosco de diarios y revistas y se entretuvo mirando los colores y formas de los libros de cuentos y revistas para chicos. No entendía lo que decían, pero las figuras le atraían. Su padre le había dicho que vendría por él en seguida, pero ya hacía más de una hora que esperaba, empezaba a impacientarse y tenía frío  El kiosquero le preguntó si lo vendrían a buscar, pero el chico no le entendía, porque no hablaba castellano. El buen hombre se dio cuenta que hablaba inglés y llamó a Ángela, una joven vecina, que trabajaba en una oficina de al lado. Contactaron a la Embajada de EEUU y pronto llegó alguien de allí a recogerlo.
Al día siguiente, Ángela llamó nuevamente a la Embajada para saber que había ocurrido con el chico, y si habían encontrado al padre, pero, inesperadamente, allí le dijeron que no sabían nada del asunto. Trataron de averiguar preguntando por la persona que había venido a buscarlo, pero no le conocían, había dado un nombre falso. Era un caso para ser investigado de inmediato. El kiosquero era un apasionado lector de novelas policiales y sugirió darle el caso a David, un joven policía que hacia tareas de detective para la gente del barrio en su tiempo libre.
Lo cierto es que David, no solo era un policía eficaz, sino que también era esforzado y valiente en su tiempo libre, se dedicaba con entusiasmo a resolver los problemas que los vecinos le encomendaban de vez en cuando y además, cuando así lo requería la situación, apelaba a su sexto sentido: la intuición y llegaba a visualizar realidades que le estaban vedadas a la gente común y a sus colegas habituales. Si, era vidente y en este caso, apenas Ángela le comenzó a contar la historia y le alcanzó una servilleta de papel con una golosina, que aquel chico le había regalado el día anterior, sintió un dolor en las entrañas y tuvo una visión. Vio al niño llorando, maniatado y amordazado, en un hueco de una pared que se estaba viniendo abajo, en un lugar deshabitado, dentro de un viejo frigorífico fuera de servicio. Entonces, recordando el paraje, sin perder tiempo, se puso en movimiento, tomó su viejo Volks y en menos de media hora estaba en el lugar. Pidió ayuda por radio, indicando que no hicieran sonar las sirenas para no alertar a los malvivientes. Cuando llegaron sus colegas, se dirigieron hacia la parte de atrás, para bajar a los sótanos del derruido edificio. Unos perros que hurgaban en restos de basura se molestaron por la invasión de su territorio y comenzaron a gruñir, así que optaron por dar un rodeo para evitar la algarabía.
Entraron por una ventana rota y luego bajaron al sótano. Era difícil no hacer ruido, porque todo estaba desvencijado, incluso los pisos de madera semi-podrida, que difícilmente podían sostener una persona. Algunos ruidos inevitables alertaron a alguien que pregunto alarmado: “--¿Quien anda ahí?”
David optó por maullar y el advenedizo lanzó un improperio contra el gato. Se acercaron aun más y pudo ver por un agujero en la pared que los separaba, que el chico estaba presumiblemente dormido en un rincón, todavía atado y con un trapo dentro de la boca. El hombre que lo tenía preso, estaba borracho y se tambaleaba para llegar a una silla que difícilmente lo podría sostener. En efecto, la silla se rompió y ese fue el momento propicio para dominar la situación.
Ahora, había que hacer cantar al borracho para averiguar las razones del rapto, quiénes estaban detrás del asunto y qué había sido del padre del muchacho, pero eso es parte del siguiente capítulo, que otro día se sabrá.



[1]  La ciudad Capital de la República Oriental del Uruguay.

lunes, 1 de octubre de 2012

Prohibido no amar! Ohonoponopono!

Estas noches de luna llena se prohíbe no amar.
Hoy estamos obligados a amar, dando y recibiendo con alegría, besando, abrazando, lanzando pensamientos generosos de amor a quemarropa y a la distancia, meditando, perdonando, pidiendo que nos perdonen y dando gracias! 
Ohonoponopono, aloha, al mundo todo!

jueves, 20 de septiembre de 2012

El aprendiz de medico brujo

Corría el año 1945. El pequeño Juan, era hijo del Pastor protestante, Juan Drummond y Anita, su señora. Además de misioneros, eran médico y enfermera respectivamente y trabajaban al norte de Manaus, cerca de Cariri, en el Amazonas.
Ellos viajaban por la zona, visitando a los grupos humanos más carenciados, confortándolos espiritualmente, evangelizándolos y por supuesto, también enseñándoles cómo alimentarse mejor, como protegerse contra diversas enfermedades de todo orden, vacunándolos y medicándolos convenientemente.
Una noche en la que ellos pernoctaban dentro de su camión, en el emplazamiento de la tribu Shereré, la aldea fue atacada sorpresivamente por los hombres de la tribu Caminu, que venían a llevarse a las mujeres y saquear todo.
Los Caminu no se metían con los religiosos, pero éstos se pusieron en el medio, impidiéndoles el paso a la capilla y resultaron muertos en la contienda.
El niño de apenas 20 meses, quedó llorando dentro del camión por largo rato, mas luego salió gateando y caminando por sus propios medios y se internó en la selva. Oportunamente, encontró un cacho de bananas y allí se quedó a comer. Una puerca salvaje, a la que un puma había comido sus cachorros, esa misma noche, con las tetas reventando de leche, aprovechó al niño para aliviarse y anduvieron juntos durante un tiempo.
El pequeño Juan repetía algunas palabras que le habían enseñado sus padres y muchas veces lloraba por horas llamando a su mamá y repitiendo esas palabras sus nombres. El tiempo transcurrió y milagrosamente, Juan sobrevivió, tras grandes penas. Cuando ya tenía cinco años, corría por la selva, compitiendo con los monos para conseguirse las frutas de las que se alimentaban.
Tenía miedo de todos los indígenas, porque había visto cómo asesinaron a sus padres y lloraba mucho cuando se acordaba. Así que si veía a alguno, se escondía cuidadosamente. Pero, un cazador que lo divisó, fácilmente se acercó y lo atrapó, para llevarlo como trofeo a su asentamiento.
Al principio lo mortificaron bastante y se burlaron de él porque su piel era algo más clara y su cabello dorado, pero lo cierto es que lo cuidaron y alimentaron. Los otros niños se fueron acercando a Juan y pronto estaban jugando juntos. Cuando jugaban a la escondida, nunca nadie lo podía encontrar.
Pasaron unos años más y Juan tuvo que salvar las pruebas de iniciación por la que pasaban todos los jóvenes que llegaban a la pubertad y ya fue considerado guerrero por la comunidad.
El mago de la tribu simpatizó con el muchacho y le fue enseñando sus cosas. Tal vez Juan recordaba más de lo creíble, a sus padres, preparando y administrando medicinas, y trabajar junto al brujo, le complacía. Pronto fue aprendiendo para qué servía cada musgo y cada hierba y cada fruto y cómo preparar brebajes y potajes para aliviar malestares de todo tipo.
En una de sus correrías, con su amigo Yarurú, llegaron, no sin miedo, a acercarse a los alrededores de Manaus, la Capital del estado de Amazonas y Juan se quedaba embelesado mirando a la gente, sobre todo, a aquellos que se parecían a sus padres.
Esto fue haciéndose costumbre y había algunos garotos[1] a quienes Juan y Yarurú comenzaron a llamarles la atención.
Poco a poco se fueron comprendiendo y Juan les preguntaba cosas de la ciudad y de la gente blanca que vivía en ella.
Los chicos le prestaron una camisa, y lo sacaron a pasear por Manaus. Juan quedaba petrificado cuando veía las iglesias, algo recordaba. Los chicos iban a jugar fútbol al patio de una de ellas y el cura hacía de referee, preparador físico, etc.
En cierto momento, cuando estaba frente al cura, repitió aquellas palabras que le recordaban a sus padres y volvió a repetirlas diciendo: Juan y Anita Drummond. Este cura, Angelo Marchese, era amigo de los Drummond, que habían muerto hacía algo más de diez años y sabía que Juancito nunca fue encontrado. Fue fácil asociar y darse cuenta de lo que pasaba. Así que fueron a la Delegacía de Polícia[2] más próxima y confrontaron las huellas digitales del niño con las registradas, confirmando que era la misma persona.
Desde entonces, Angelo se sintió responsable del chico, le contó quién era realmente, le mostró fotografías de sus padres con él en brazos y le explicó todo lo que había pasado. También le dijo que quería adoptarlo y darle una buena educación. Cuando le preguntó qué iba a ser cuando fuera grande, le contestó que médico brujo, que ya estaba capacitado para curar gente.
Así que Angelo lo llevó con él al hospital. Le mostró diversos casos, con la complicidad del médico Don Evaldo y pronto vio algo que podía curar. Un hombre tenía un sarpullido en un costado del pecho. El Dr. Evaldo dijo que ellos no lo habían podido aliviar, que probablemente era algún bicho extraño. Juancito extrajo de su morral unas hojas, las mojó en agua caliente y aplicó el caldo a la zona afectada. Le indicó al médico que siguieran haciendo eso todo el día y que el daño desaparecería muy pronto.
Le hicieron caso y 48 hs más tarde había desaparecido la erupción completamente.  
Así que no lo dudaron mucho, lo encaminaron para que fuera médico, previa escuela y secundario. En su tiempo libre, ayudaba como enfermero en el hospital.
Pasaron los años y Juan llegó a diplomarse como médico y Pastor Evangelista.
El hombre veía claramente lo que le ocurría a una persona, antes que se desvistiera para examinarla, luego simplemente constataba su premonición.
Solicitaba al Gobernador que destinara más rubro para la salud de la población y para edificar un hospital y una iglesia a 200 km al norte de Manaus, sin resultado alguno.
Viajaba a la selva a recoger yuyos, raíces y frutos diversos, con los que ayudaba a los pobres que no podían pagar las caras medicinas de la farmacia. Formó un equipo de médicos y enfermeras para que le ayudaran. Y también aleccionaba a los curanderos de las distintas aldeas, para aliviar y mejorar las condiciones de la muchedumbre.
Dos veces al año se internaba con algunos de sus discípulos en el Amazonas, atendiendo gente durante un par de meses.
Cierta vez, el Gobernador del Estado, con muchas reticencias, por las incontables discusiones mantenidas con el médico, no tuvo más remedio que llamarlo, porque su esposa estaba muy enferma y nadie la podía curar.
En ese mismo momento, Juan le susurró al Gobernador, que ella ya estaba curada.
El hospital y la iglesia fueron construidos ese mismo año.




[1] garoto: menino: rapaz = niño, en portugués.
[2] Delegacía de Polícia = Comisaría

La tortuga interestelar


Un gran aerolito, de tantos que caen sobre nuestro planeta de vez en cuando, casi me destroza. No lo vi a tiempo y tuve que apelar a toda mi destreza aerodinámica para esquivarlo a último momento.
Cayó formando un enorme hoyo ovalado. La tremenda roca era más grande que cien ballenas azules juntas.
Unas gruesas columnas de humo mostraban desde lejos, el sitio de su aterrizaje.
Del hombre que me crió aprendí que estos meteoritos podían provenir de cualquier lugar del universo, muchos de ellos habían formado parte del cometa Halley, que al pasar por nuestra atmósfera, pierde restos de su cola.
Otros son fracciones de asteroides, fragmentos de pequeños planetas creados hace 4.600 millones de años mientras se formaba la Tierra.
Curioso estuve vigilando la gran roca, parecía haber adivinado que traía algo especial.
Tres días más tarde, ya casi no humeaba y una gruesa rajadura, se ensanchó hasta dar paso a una gran cabeza de reptil. Le costó mucho seguir emergiendo y al final lo logró abruptamente, al pasar su caparazón. Solamente se trataba de una gran tortuga de color tostado, del tamaño de un elefante de la India.
Su gran cabeza, al final de un cogote largo giraba de un lado a otro olfateando, buscando agua. Pronto decidió su rumbo y con gran determinación comenzó a avanzar.
Como notas de un pentagrama surgían tras de su andar las huellas que dejaba sobre la arena, trazas secas en el desierto, que recordaban las estelas de los grandes cetáceos y embarcaciones en el mar. Siguió caminando durante todo la tarde sin demostrar cansancio, hasta que llegó a una especie de oasis. Se zambulló en un fangal y retozó hasta que encontró unas hojas verdes que comenzó a comer despacio al principio y después con gran voracidad.
Una piara de yeguas salvajes llegó a la misma charca para beber y refrescarse. La tortuga cósmica las miró sin dejar de  engullir.
Una yegua rojiza se acercó curiosa a ver mejor al gran quelonio, que dio un resoplido y luego dos más. La potranca se sintió intimidada y relinchó, llamando a sus compañeras, que acudieron presurosas. La tortuga continuó con sordos rezongos, a lo que la yegua madrina, totalmente negra, se acercó y le contestó con relinchos y resoplidos propios de su especie.
Yo asistía al intercambio, mientras descansaba sobre los cuernos de una cabeza de buey, sobre una cima del suelo arcilloso del desierto. La tortuga buscaba el mar.
La yegua le dio una idea del trayecto que debía seguir, hasta que oliera la presencia del océano.
Quedé mirando a las yeguas y potrillos durante un tiempo. Luego me elevé hasta la cumbre del cerro, para confirmar la ruta que había tomado la tortuga, era mi área de vuelo permanente y sabía que la llevaría correctamente a la costa.
Al bajar, una paloma plateada, pudo escabullirse de mis garras, cinco veces seguidas y solamente mi empecinamiento y su terror, me permitieron llevar al pico el sabroso bocado.
Luego de mi entretenimiento circunstancial, volví a fijar mis ojos en la bicha techada, que avanzaba cada vez más rápido.
Una bandada de gansos salvajes enormes, guardando su disciplinada alineación en V, pasaron cerca de mí, graznando orgullosos, desafiándome. Yo estaba parapetado sobre la cumbre de la montaña más alta, así que los perseguí, sin afán de atacarlos, pero se me vinieron encima en formación cerrada, obligándome a subir hasta donde ya no podían respirar, para lograr que abandonaran el acoso los feroces gansos, retomando su curso de vuelo hacia el sur.
Luego volví sin prisa a perseguir a la visitante de otro mundo. Sabía que con un poco de paciencia, tarde o temprano estaría comiendo unos sabrosos huevos frescos.

martes, 18 de septiembre de 2012

Hola Primavera (para Isabel)

Deja que dance el amor
al fin del tiempo,
como el rocio
en las hojas del rosal.

Bebe la miel 
de las flores del cerezo
y canta la sutil 
canción primaveral.

Recuerda aquel beso 
en la noche lluviosa,
ven a mis brazos, 
vamos a soñar.

lunes, 3 de septiembre de 2012


Que nos falto hacer o decir?

Cuando al terminar el año o a las puertas de mi muerte haga un balance de mis acciones  y piense que me perdí o que hubiera querido realizar, si hubiera tenido más tiempo, que sería ello? 
Que es lo que aun no pude o no quise o no supe o no me imagine que debía hacer?
Es obvio que a veces pensamos iniciar algo o completarlo y la vida pasa delante de nosotros mientras esos planes nunca se concretan o ni siquiera se comienzan. Hay prioridades de urgencia y prioridades de importancia, que a veces enumeramos razonadamente, sin embargo, nuestra intuición nos canta una diferente tonada, a la que no le hemos podido o querido prestar la debida atención.
Quizás era algo demasiado importante o grandioso, algo que no nos creíamos con la capacidad o no tuvimos el valor suficiente para afrontar o simplemente juzgamos que no teníamos tiempo para prepararlo y realizarlo apropiadamente.
O tal vez era algo mucho más simple, que depende del corazón: visitar a alguien querido, hacer un viaje esperado, escuchar lo que alguien cercano tiene que decirnos y no le hemos dado lugar o expresar nosotros un “Te quiero” a alguien que, con la prisa de esta vida tan vertiginosa, hemos dejado de lado?
 
Carlos

lunes, 16 de julio de 2012

La Zona Viscosa

Juan Vistas se despertó esa madrugada en medio de la oscuridad. Le pareció escuchar un ruido. Claro que cuando uno pasa la noche por primera vez en un lugar nuevo, cualquier ruido que escucha le resulta extraño.  La estufa a gas se había apagado y hacia mucho frío. Se levanto de la cama y empezó a recorrer el departamento. En la penumbra noto un destello palpitante, que surgía del fondo del corredor. Una de las paredes laterales se veía distinta, así, en la oscuridad, era fosforescente y parecía que latía levemente. Juan no se atrevió a tocarla. Era muy rara: un área irregular de más de un metro cuadrado, viscosa como gelatina. La curiosidad era mayor que el miedo y pensó que después de todas las contingencias amargas que había sufrido recientemente, no podría sucederle nada peor.
La semana anterior le habían encontrado un cáncer, con diagnostico reservado. Al mismo tiempo, su mujer lo había abandonado, justo antes de que cumplieran las bodas de plata y se había largado de la casa con sus pequeñas hijas gemelas, que eran la alegría de su padre. Ese departamento y un pequeño auto, fue todo lo que pudo comprar después del reparto. Juan tiritaba. Por un momento pensó encender la estufa pero la curiosidad ganóPasó  la mano por la zona viscosa con cuidado, era fofa, el dedo se hundió fácilmente en ella. Luego introdujo lentamente dos dedos, luego la mano y finalmente el brazo. Tenía una sensación de agradable calor, en medio del frío del departamento, así que a pesar de sus temblores de miedo y frío, introdujo una pierna y por último, agachándose, pasó al otro lado. Lo que vio lo dejo mudo.  
Había una playa desierta, dunas de arena, un cocotero, palmeras, mucho calor y al fondo, el mar, que lo invitaba a zambullirse entre las olas. Y lo hizo. Se zambulló sin pensarlo dos veces. Camino chapoteando por la orilla, luego comió algunas frutas y sintió que la vida también podía ser hermosa. Luego, se tiró a descansar en medio de una paz inmensa, que hacía mucho tiempo que no sentía. Finalmente, después de mas de dos horas de recorrida y otra de reparador descanso, quiso volver a su departamento. Todo esto era tan extraño, que se preguntaba si estaba en medio de un sueño demasiado real. Volvió junto al cocotero que vio al llegar y a la superficie viscosa en medio de las dunas de donde había salido y volvió a entrar confiadamente en ella.
Lo que encontró no fue el corredor interno de su departamento, sino una plaza, una estación de tren ultra moderna al aire libre y gente que pasaba por ahí enfundada en ajustados trajes de colores, parecidos a los que usan los deportistas, pero con mas bolsillos y aparatos, algunos con patines muy rápidos, especies de autos que volaban. Juan aun estaba con el pijama de invierno con el que se había levantado aquella increíble mañana invernal, mojado por el chapuzón en las olas, sucio de arena y gelatina, desentonando con la vestimenta pulcra, brillante y moderna de algunos transeúntes, que unos pasos más lejos, se juntaban a mirarlo con curiosidad, mientras otros apurados, mostraban total indiferencia.
Un minuto después, se acercó volando una nave parecida a un helicóptero, aunque sin aspas, ni hélices, ni chorros… pero milagrosamente, volaba y se estacionó a diez metros de donde él, con la boca muy abierta, se encontraba parado.
Un tipo alto y fornido, en ajustado traje azul y plata, se acercó cuidadosamente y le preguntó en un idioma que no era ingles, ni español, ni otro que Juan conociera y sin embargo, asombrosamente, le entendió la triple pregunta: Que hace aqui, como se llama y en que lo puedo ayudar. Juan le contesto temblando, que no sabía lo que le pasaba, ni donde estaba y que se llamaba Juan Vistas.
El personaje cambió algunas palabras con alguien más que no estaba allí y tomando gentilmente del hombro a Juan, lo invito a subir al aparato tranquilizándolo con amabilidad. Ni bien se sentó, lo sujetó un cinturón de arriba abajo y otro por la cintura y la nave se lanzó a volar sin más trámite. Nadie parecía estarla tripulando y Juan, muy curioso, miró hacia abajo. Era innegable que aquello era Buenos Aires, pero al mismo tiempo resultaba incomprensible que hubiera cambiado tanto. Lo que más le extrañó fue ver la zona del riachuelo, convertida en una serie de balnearios bordeados de palmeras y árboles frutales, barcos anfibios aerodinámicos y edificios asombrosos cuya arquitectura se asimilaba con la naturaleza, de manera inusitadamente bella y armoniosa. Los edificios tenían terrazas ajardinadas y ellos fueron a dar a uno que tenía un pequeño huerto con cítricos y un estacionamiento donde fácilmente se acomodó el raro artefacto volador. Inmediatamente, se deslizó a su interior desplazándose en una cinta que lo introdujo en un recinto acolchado, donde un robot de apariencia femenina,  lo desvistió, lo auscultó y lo revisó de pies a cabeza en segundos. Encontró un tumor en el hígado, que se veía notoriamente en la pantalla y que desapareció claramente ante sus ojos, mientras el robot le pasaba una especie de linterna roja por la zona afectada. Luego le colocó dentro de un traje aireado que le suministró la temperatura justa para sentirse cómodo y lo sentó ante un video, donde le volvieron a preguntar quién era, de dónde venia y que buscaba. Juan respondió su nombre completo, domicilio, fecha de nacimiento, edad y ahí cayó en la cuenta que estaba en julio de 2092. Esa era la fecha de hoy, en la pantalla que tenía en frente a sus narices. El había nacido en 1953 y tenía entonces 139 años, aunque parecía tener 55. También se dio cuenta que los entrevistadores se habían percatado que esto no concordaba. El gran temor de Juan fue, en ese momento, que no le creyeran y lo encerraran por loco. Entonces le hicieron la pregunta: Desea volver al pasado o quedarse? 
Que habrá contestado Juan? 
Vos, en su lugar, que harías?

miércoles, 11 de julio de 2012

P E R D I D O

Llovía torrencialmente y mi paraguas apenas podía contener el aluvión. Tuve que volver a entrar al auto y seguir el camino despacio, por el sendero  que conducía al rio. No había venido preparado para una contingencia de esta naturaleza. La voz en el teléfono había dicho que se trataba de una noticia acerca de mi hijo, sobre su paradero y solamente podía entregarme las pruebas y fotos en persona, ya, en ese lugar únicamente.
Hacía un año que me hijo había desaparecido misteriosamente, sin un rastro, sin razón aparente. Dimos vuelta medio mundo para encontrar alguna pista. Nadie sabía nada. Justo cuando habíamos perdido muchas esperanzas y estábamos desconsolados, apareció esta llamada intrigante, algo absurda, a las tres de la madrugada, en medio de una tormenta invernal. Tuve que recorrer 194 Km hasta ese lugar inhóspito, llamado Iturralde, unas casas derruidas, sin nadie que brinde indicación alguna. Deje encendidas las luces del auto, hice sonar la bocina y espere durante media hora como me habían indicado. El auto estaba enterrándose en el barro del viejo sendero. Quise dar marcha atrás y se empantano más aun. Pedí auxilio con el teléfono celular. Después de dos horas y media, llego el auxilio. Durante todo ese tiempo, nadie se acerco ni llamo por teléfono. En el camino de vuelta, me pareció que un auto me seguía, pero luego cambio el curso de su trayecto. Volví a casa intrigado y agotado por la espera infructuosa. Pasaron dos meses, otra vez la misma persona volvió a llamar, esta vez fue más comunicativa, se disculpo por no haber acudido a la cita anterior, argumentando que lo estaban siguiendo y no quería involucrarme. Me dijo que Juancito estaba bien, que progresaba en el colegio, que estaba con una familia de Santiago del Estero, que tenía otros dos hijos (una niña y un varón) que vivían en el barrio de Ituzaingo, en la zona oeste de la Provincia de Buenos Aires. Para convencerme de su autenticidad, agrego que Juancito tenía una pequeña mancha de nacimiento color rosa en forma de trébol en el hombro izquierdo. Algo que nadie sabía. Me pidió que no intente buscarlo por esa zona porque podrían hacerle daño a mi familia y a mí. Estaban por encontrar a los jefes de la banda que habían raptado a más de treinta niños y si nosotros despertábamos sospechas, podrían huir y no los iban a poder capturar. Durante varias noches no pude cerrar los ojos. La madre estaba enloquecida, pero no podíamos hacer nada. No confiábamos en nadie, a nadie podíamos consultar. Pasaron otras dos semanas. El hombre, que se hacía llamar Pedro, volvió a llamar, esta vez me dijo que ya estaban cerca, que muy pronto me volvería a llamar con buenas noticias, que me mantuviera tranquilo.
Esa semana no fui a trabajar, estaba loco y no se me podía hablar.
Pasaron varios días sin recibir noticias de Pedro.
Al noveno día de la última llamada, apareció Pedro con mi hijo, en la puerta de mi casa. Hacía casi un año que no lo veíamos. El se acerco como si nada hubiera pasado y nos dio un abrazo a cada uno y se fue a su cuarto, como si hubiera venido del colegio. Los médicos lo revisaron, estaba entero, sin traumas ni problema alguno.
Atraparon a la banda completa, pero solo encontraron a Juancito y dos chicos más. Todavía seguían indagando acerca del resto. Los niños eran raptados y vendidos a familias ricas poco escrupulosas, que generalmente, querían tener más hijos pero no podían tener normalmente por algún motivo físico o mental y pagaban generosamente sin preguntar origen ni motivos.
A los chicos los engañaban fácilmente. Los padres no cuidan a sus hijos todo el tiempo como debieran y es muy sencillo raptarlos al salir del colegio, al venir a casa desde lo de un amigo, al estar jugando en la vereda, sin vigilancia. 

martes, 26 de junio de 2012

El flaco

Jacinto Suárez ya era abuelo, cuando le internaron en el hospital para estudiar su rara enfermedad en la vista, que los médicos no lograron diagnosticar. Jacinto fue perdiendo la capacidad visual poco a poco, después de un accidente automovilístico y también lo atendían por problemas motrices resultantes del mismo accidente, por lo cual decidieron tenerlo bajo observación.
Mientras le hacían los exámenes, compartió la habitación del hospital con el “Flaco Pérez”, como se hacía llamar familiarmente. Era un hombre alegre y ocurrente. A Jacinto le pareció agradable y trabaron amistad en seguida.
Hacía ya una semana y media, que Jacinto no veía más que sombras y “el flaco” le relataba lo que sucedía en el hospital y fuera de él. A través de la ventana, atisbaba la vida de sus vecinos y le relataba lo que ocurría.
Le contaba de la hija del farmacéutico de enfrente, que había ido a visitar a su tío a la ciudad de Córdoba y había vuelto con un bebé en espera y con el padre de la criatura, que ahora estaba buscando trabajo de panadero en la zona. Y acerca de la generosidad del jardinero del barrio, que les arreglaba el jardín a los ancianos sin cobrarles y otras anécdotas que amenizaban las largas jornadas de su doble encierro involuntario.
Y así fueron sucediéndose las horas y los días en que ambos estuvieron juntos, con historias interesantes o graciosas, que a veces le hacían reír de buena gana.
Una madrugada, Jacinto se despertó ante un silencio inusual.
Su compañero ya no estaba, la cama vacía y recién hecha. Intrigado, apretó el timbre hasta que llegó una de las enfermeras que conocía bien y le dijo, que hacia un mes que esa cama no se ocupaba y no conocía a nadie con ese apodo de "el flaco" y además, en la cuadra de enfrente no  había nada desde hacia tiempo, cuando se derrumbó un viejo conventillo y ahora solo había quedado un terreno vacío.

Sin embargo, le contó que la cama de al lado, sería ocupada esa misma tarde, por un señor que tenía un problema en el hígado y que sería operado al día siguiente. Cuando Jacinto le preguntó el apellido del nuevo paciente, ella respondió mirando la planilla que el apellido era Pérez. –Y es flaco? –preguntó Jacinto.
(Con la preciada colaboración de Maria Isabel Retes)

lunes, 11 de junio de 2012

La Máquina del Tiempo.

Después de años de práctica, Jonás había logrado de verdad, entrar en meditación. Había conseguido concentrarse en su respiración abdominal y luego por distintos medios, recitando mantras, o fijando la vista en el hombrecito de miniatura, dentro del barquito de cáscara de nuez, en medio del pequeño lago de su paisaje bonsai, o en alguno de sus floridos arbolitos, lograba encajarse en el espacio entre dos pensamientos y ensancharlo indefinidamente, en su continua búsqueda del silencio de la mente y de la paz interior.
Cierta mañana temprano, imaginó una gran escalera de cristal, con cien escalones que uno a uno, en cuenta descendente, lo llevaban hasta la playa y a las ondas “alfa” o “theta” de su cerebro. Luego se sumergía en las frescas aguas que mitigaban su calor y ya se encontraba en el fondo del mar, entre peces de colores, delfines, caracoles y mil especies, sentado sobre una suave mata de algas. Su mente no pensaba. Se sentía en paz y armonía con el todo supremo, respiraba pesadamente, quizás, ya estaba dormido…
Entró en un sopor profundo, del que luego despertó a una situación real, se encontraba en una ciudad que no conocía. Pasaron unos jóvenes morenos hablando en una giria que no alcanzó a comprender. Estaba en Porto Alegre, Río Grande do Sul, era el mes de febrero de1962, según la fecha del "Correio do Povo" de Porto Alegre, periódico que estaba a la venta en un escaparate. Entró en la tienda, donde además vendían ropa y alimentos. El se preguntaba cómo había llegado allí y recordó que estaba meditando. Todo a su alrededor y su propia figura reflejada en un enorme espejo, se veían reales.
Pensó en su casa y su mujer. Era doblemente imposible avisarles adonde se encontraba o lo que le ocurría, a más de mil kilómetros de distancia y cincuenta años atrasado en el tiempo. Pensó en salir del trance, pero su espíritu de aventura no se lo permitió. Prefirió permanecer allí.
El dueño de la tienda, había advertido su presencia y acudió a atenderlo. le preguntó en qué lo podía ayudar y Jonás no supo qué contestar. Si le contaba la verdad no le iba a creer. Él mismo, tenía dudas. Confundido como estaba, balbuceó un “disculpe” y salió a la calle.
Allí sintió la grata música del carnaval que se festejaba en esa época del año. Blancos y morenos con trajes típicos, tamboriles y panderetas, hermosas mulatas danzando, con breves ropas de colores. Esa alegre comparsa y su entorno le alegraron enormemente. Entonces, pensó en dos cosas:
Lo primero, seguir paseando y darle rienda suelta a su placer.
Si lo hubiera sospechado, habría traído su cámara para fotografiar todo, demostrar adónde estuvo y que le quedara como prueba, cuando regresara a su realidad anterior. Aunque no estaba seguro de cuál era la realidad y cuál no le era o si acaso esto era un desdoblamiento del tiempo en dos dimensiones distintas o algo así...
Y en segundo término, cabía el deseo de quedarse y la audaz decisión de no volver. Ese lugar era un placer del cual resultaba difícil desprenderse. Por otra parte, si volvía, la mera experiencia resultaría mejor que fabricar la legendaria máquina del tiempo. Cerró los ojos un momento, tenía que optar… Pero no pudo.
De pronto, sintió un salto y un estruendo y se vio en un túnel oscuro. Se sintió súbitamente aterrorizado. Apareció en medio de un tenebroso y profundo bosque. Era noche y llovía, todo silencioso, solo escuchaba su agitada respiración y la densa masa de agua que caía como diluvio universal. Se guareció bajo la espesura del "cerradao", típico del Matogrosso, o sea una tupida selva de árboles gigantes. De pronto un pájaro dio un grito, seguido de un gorjeo que despertó al bosque. Un sapo enorme pasó saltando alegremente delante de su escondite y se zambulló con un chapoteo. Estaba temblando, absolutamente empapado y con mucho miedo. Intuía que algo más peligroso estaba cerca. Repentinamente se vio rodeado por nueve indígenas pigmeos, armados con lanzas y cerbatanas… lo apresaron entre gritos, aguijones de sus lanzas y golpes y se lo llevaron. Por lo que pudo deducir, eran jíbaros u otra tribu de cazadores de cabezas. Varios de ellos tenían cráneos reducidos y deformados colgando de sus cinturas y huesos humanos que utilizaban como cachiporras. Cuando llegaron a sus chozas, se les unieron multitud de ellos y los golpes y puntazos arreciaron a más no poder. Sintió las punzadas de varios dardos en cuello y espalda y se desvaneció.
Acto seguido, sacudido por su mujer que lo despertaba a gritos, se encontró en su estudio, todavía sentado en posición de loto, sobre su almohadón preferido. Tenía fotofobia, dolores pulsantes en la vista y una opresión insoportable en la cabeza, entumecido y muy mareado, convencido que lo que le había sucedido era una realidad difícil de demostrar.
Su esposa lo miró asustada y él comenzó a contarle tartamudeando:
“-- Me salvaste la vida, no sabés lo que me pasó!” y ella le respondió:
“-- Bueno, no debería haberte pasado nada, estuviste horas enteras sentado como chino, sin moverte.” ... pero... estás empapado y temblando... y te sangra todo el cuerpo ... y qué son esos pinchos que te cuelgan del cuello y de la espalda? Y tus ojos también te sangran!!! Qué te ha pasado!!???

miércoles, 30 de mayo de 2012

J U N I O . E N F R I A

Junio enfría
y la alfombra de hojas
de formas y colores diversos,
puebla mis senderos.

Ropaje de hermosos colores
se rinde a su suerte.
Algunas decorarán paredes
de un jardín de infantes.
Otras inician una fogata,
ahí nomás.

Cae la tarde,
el sol huye sin piedad,
La ciudad se oculta
en barrios oscuros
y brillan las calles del centro.

Alguien corre a la casa familiar,
otros sin rumbo, qué pensarán?

Tu recuerdo ilumina mi alma.
Mañana te veré y podré cantar.



jueves, 26 de abril de 2012

Cómo la vida va!

Mi buen amigo Raúl me decía la otra noche:
“Siempre amé la lluvia, las tormentas, los truenos y todos los fenómenos atmosféricos. Garúa, llovizna, lluvia, diluvio y así estuvo toda la noche aquella, luego volvió sobre sus pasos otra vez, lluvia que menguaba y finalmente escampó, como tantas veces, es un hábito. Sin embargo, esa vez algo cambió. Esa vez yo solo podía ver el espectáculo, pero no oírlo. Esa melodía atrapante de las ventiscas junto al mar, del golpear de las olas contra las rocas, de ahora en más, serían silenciosas. Me había quedado sordo… ya no era lo mismo… No podía escuchar ninguna música… la música de sus canciones, de sus palabras susurradas al oído, ya no podía escucharlas más. No había aparato que sirviera… y así como otras veces me había tenido que conformar, como cuando olvidaba un buen paraguas en un tren o en el avión, o las valijas, en algún aeropuerto distante, tras un viaje eterno y matador, o el auto, que justo estaba sin seguro, robado por algún malandrín o una casa desaparecida tras los vientos embravecidos de un divorcio causal. Así se fueron sucediendo muchas pérdidas en mi vida, algunas tal vez más importantes, como la salud, a través de un cáncer que mantengo sujeto a base de remedios a los que no les tengo confianza o un matrimonio decepcionante que no queremos recordar, aunque no es fácil olvidar.
Ahora también así, se habían ido mis oídos. Y yo soy un tipo más acústico que visual, todos los sentidos me importan mucho, pero con el oído, teníamos una amistad especial, era un compinche perfecto. Y ahora, cómo iba a continuar sin ese instrumento tan agradable y vivaz?
También la vida, se va agotando, año a año, hora a hora, casi sin darnos cuenta… sin embargo, queda mucho a favor y esto es lo que hay que disfrutar: la parte llena de la copa de champaña. Ahora la veré brillar y burbujear, esas burbujas me harán cosquillas y dejarán un picor muy agradable en el paladar y todo eso lo voy a gozar, aunque ya no escuche el tintinear de las copas al brindar…
Es la vida que va quedando, lo que hay que valorar, cada época tiene lo suyo, hay que aprovechar hasta la última gota de todo lo bueno que todavía nos queda y no llorar por la leche derramada, no te parece?”

Salía de noche...

Salía de noche, cuando todos dormían, le gustaba la paz y el silencio nocturno de la ciudad, que alguna vez, una patrulla o una ambulancia interrumpía. Se sentaba en algún café de los que permanecen abiertos, pedía un té y se ponía a escribir. Si el tiempo no lo acompañaba, se conformaba con la mesa y la computadora de la casa. Cuando llegaban los primeros atisbos de aurora, acudía a su cuarto, ponía música clásica en la radio con el volumen bajo y atrapaba el penúltimo sueño con gran placer. No tenía ambiciones, el tiempo de los anhelos ya había transcurrido sin grandes logros, pero tenía su historia, viajes, hijos, nietos, árboles y libros. Y ahora, estaba enamorado, otra vez. Una vuelta a empezar. El entusiasmo de la buena compañía le daba una enorme alegría a su corazón. Aquella noche, se quedó dormido sobre la mesa del café y cuando lo fueron a despertar, su alma ya había volado y lo miraba de arriba, con esa cara indecisa que a veces tienen las almas de la gente buena, que parecía estar diciendo:--“vuelvo o no vuelvo?” Estuvo un rato así, mientras el mozo y el dueño del bar lo miraban consternados y finalmente, el alma volvió, después de haber vislumbrado aquella luz intensa detrás de las nubes. Entonces, el cuerpo se despertó y pidió algo más fuerte. El mozo lo miró con pánico y salió huyendo. El dueño del bar le trajo la copita de coñac y el recién resucitado le contó lo que le había pasado y él le respondió sencillamente que sí, que había estado en el umbral del otro mundo, pero quiso volver, y le dijo: -Es que, estoy enamorado, sabe?

miércoles, 25 de abril de 2012

V e r d a d e s

Hacía una semana que estaba en su casa, desde que lo trajeron del hospital. Como secuela, tenía amnesia. No recordaba nada del accidente ni de su pasado. Le dijeron que viajaba en una limousine con chofer desde el Sheraton, con destino a un resto de Puerto Madero, donde nunca llegó. El chofer murió instantáneamente. Y ya hacía un mes de eso. Se salvó milagrosamente, después de un politraumatismo que lo dejó en coma durante dos semanas. Luego, perdió el conocimiento un par de veces. Le hicieron rehabilitación durante tres semanas.
Caminó con muletas por una semana y luego tiró muletas y bastón y asombrosamente, a los pocos días podía correr largos trechos como si no le hubiera pasado nada. El médico que lo atendía estaba muy asombrado. Según el documento, su nombre era Honorio Rodríguez Solís y tenía 70 años, aunque no los representaba. Su memoria no le decía qué le había ocurrido últimamente. La que dijo ser su ama de llaves lo atendía con eficacia. Estaba trabajando para él desde una semana antes del accidente, así que no fue de ayuda para recordar. Según su pasaporte, viajaba mucho a Brasil, Japón y Estados Unidos. Nadie sabe si iba allí por trabajo o por placer.. Supo que había estado hospedado en el Sheraton para unas jornadas de medicina alternativa, pero no sabía a donde se dirigía cuando tuvo el accidente. La amnesia persistía, pero tenía algunos destellos de recuerdos que querían tomar forma y sueños recurrentes. Soñaba con una hermosa mujer morena y con un hombre negro joven, pero de barba blanca que parecía ser el anfitrión o jefe de una tribu en una isla tropical. Esto, de alguna manera le sonaba extraño pero no del todo. En su billetera había dinero como para vivir todo el mes y dos tarjetas del Banco de la Nación Argentina. En un cajón de su escritorio encontró una llave y buscando por toda la casa, rompiendo empapelados, golpeando paredes, finalmente, encontró un cofre de seguridad en el suelo, debajo de una mesa, oculto por una gran alfombra,. Allí había pasaportes de Argentina, Brasil y EEUU, algunas tarjetas de crédito, una libreta con números de cuentas de bancos de Buenos Aires, Río de Janeiro y Tokio, en pesos, dólares y euros. También encontró una agenda con direcciones y teléfonos, que iría investigando. Un chispazo de memoria lo dejó verse en Tokio frente a un vicepresidente del Tsumitomo Bank, Toshiro-San, que le sonreía con cortesía. Y descubrió que podía hablar algo de japonés y pensar en inglés y portugués. En la casa encontró un equipo de fotografía digital y vio que lo podía operar con facilidad. En su ordenador había archivos y fotos para seguir comprendiendo mejor todo acerca de sí mismo y ayudarse a recuperar la memoria. Pudo ver que era fotógrafo y escritor, pero luego de ojear los artículos que escribía vió que era médico oncólogo. Estaba jubilado de vacaciones. Leyendo los mails no encontró nada anormal, salvo que parecía no tener parientes cercanos, sino tan solo amigos profesionales de fuera del país. Comenzó a ir a un gimnasio, a bajar peso y más chispazos de memoria iban surgiendo. De pronto pudo recordar mejor a la misma hermosa mujer morena de sus sueños que lo abrazaba en la realidad. Así que preguntó a la agencia de viajes que figuraba en su agenda, cuáles eran los destinos más frecuentes que visitaba. Le dijeron que en Brasil y averiguó que viajaba asiduamente con la señora Alcira Gonçalves. Buscando en la agenda, encontró nombre, dirección y teléfono. Ya había leído correos cariñosos de Alcira en su dirección de Internet. La llamó y arregló para verla en seguida. Todo parecía normal, pero a él aún le faltaba algo, no sabía bien qué. Pensó que en Porto Alegre, podría juntar las puntas de la madeja. Al día siguiente, ya lo esperaba Alcira guapa y sonriente en la sala de espera del aeropuerto internacional de Porto Alegre, Salgado Filho. El la reconoció por sus sueños y allí se aclaró gran parte del puzzle de su memoria. A ella le gustó su aspecto y le dijo que estaba más joven que el mes anterior. Cuando le contó de los sueños frecuentes con ella y el joven negro de barba blanca en alguna isla tropical, ella le hizo sentar para contarle algo que él, evidentemente, no recordaba. Ante una taza de café y un quindim , comenzó a hablar. Hacía nueve años, ambos vivían en Rio de Janeiro y viajaron de vacaciones a las islas del Pacífico Sur. Cuando llegaron al hotel, el personal y los lugareños señalaban a Alcira como si estuvieran frente a un fantasma o una santa y algunos se inclinaban ante ella. Al pedir explicación, el gerente del hotel les dijo que Alcira tenía un parecido extraordinario con una mujer sabia, que hacía veinte años, había salvado a su pueblo de una peste que diezmaba a sus habitantes sin compasión. Les daba una infusión de hierbas, les imponía las manos y en menos de dos semanas la gente se curaba. Pero hubo algunos personajes poderosos, políticos y dueños de laboratorios medicinales, que se pusieron nerviosos, la tildaron de bruja y finalmente, la asesinaron. Mientras tanto, el jefe de la tribu del lugar fue a verlos al hotel, convencido de que Alcira era aquella mujer maravillosa y quiso verla. El jefe y su esposa, una joven bellísima, les regalaron unas plantas medicinales, que a su vez habían recibido en el pasado, de aquella mujer y que aseguraban, podían curar y hacer rejuvenecer a los viejos y los jóvenes no envejecían. El tenía 70 años y se veía como de 40, habiendo procreado 25 hijos y 42 nietos, con la misma esposa. La gente que consumía esta planta, en ensaladas, guisos o en infusiones, permanecía sana y mantenía su juventud. El jefe, así como la gente del hotel y otros allegados quedaron convencidos que Alcira era la misma mujer que dos décadas atrás había salvado la vida a cientos de las personas de su pueblo. También les aconsejaron que se fueran, porque seguía habiendo una mafia infame que podría hacerles daño. Ellos continuaron su luna de miel en las Islas Seychelles, al sureste de África. Ahora Honorio comenzó a recordar aquellos episodios y atando cabos, se dio cuenta que ellos habían estado tomando infusiones de aquellas hierbas durante años, tenían una parcela de su quinta de Río con esas plantas y varios esquejes fueron a parar a manos de parientes de Alcira, amigos y conocidos, algunos de ellos profesionales médicos y afines. La gente se curaba de distintas enfermedades. Alcira parecía ahora más joven que antes de comenzar a tomar ese té aromático tan agradable, e incluso Honorio había sospechado que su pronta mejoría del accidente podía haber tenido que ver con ese té tan promisorio, ya que ni él mismo, ni sus médicos se explicaban cómo había mejorado tan rápido de una situación tan catastrófica. Entonces recordó que un representante de un famoso laboratorio de productos medicinales, le había amenazado cuando Honorio no aceptó su soborno y quiso hacer públicas las bondades de estas plantas que ellos prohibían. Más interesado que nunca, llegó a la conclusión que había muchas hierbas y arbustos medicinales prohibidos, capaces de curar las enfermedades más terribles, y lo que es peor, que a los laboratorios les interesa mantener viva por mucho tiempo a una población enferma que consuma sus inútiles medicamentos, solo para lucrar con ellos. Entonces, se unió a un grupo de profesionales interesados en difundir estas verdades para sanar gratuitamente, o con costos bajísimos, en vez de gastar en operaciones y/o tratamientos innecesarios y costosos que hacían más daño que beneficio, como la quimio, radio terapia, etc. Coincidentemente, uno de los detectives que aún estaba investigando el caso de su mal caratulado "accidente", descubrió que éste había sido intento de homicidio, después de haber confirmado sin lugar a dudas, las razones del "desperfecto" del automóvil que había explotado sin causa aparente. Ahora sí, su memoria había alcanzado la plenitud y recordó lo molesto que estaba por las amenazas y las injusticias que perpetraban estos laboratorios, verdaderos asesinos con patente.

jueves, 23 de febrero de 2012

S O L O

Trato de dormir junto a este zaguán, estoy mareado, no hay nadie, todos huyeron asustados. Los gatos, aullando aterrorizados, fueron los primeros en escapar, no sé por qué. Estoy muy mareado, borracho por el vino que encontré en las botellas del tarro de basura de la cantina, me dormí un rato y un ruido raro me despertó. No tengo dónde refugiarme mejor, todas las noches duermo acá, ahora hace mucho frío. Tengo un colchón medio roto, una manta y un abrigo viejos que me dieron. Todavía no sé qué pasa, pero me da miedo, escucho un ruido raro que se va acercando, como una goma enorme que se desinfla y vuelve a inflarse, es un chiflido fuerte, va aumentando, viene rápido hacia acá. Está muy oscuro, hay una niebla espesa, no se puede ver nada a más de unos pocos metros. Es difícil respirar, estoy tiritando. Tengo pánico, no me puedo mover, me tiembla todo el cuerpo, no veo nada, ya está muy cerca, el chiflido es ensordecedor, me rompe los tímpanos… Ahí viene, Oh! Nooh, Qué horrible, es una tremenda masa de grasa negra, crece y traga todo lo que encuentra. Es una avalancha espantosa. Se tragó todos los tarros de basura, los autos parados en la calle, arranca los árboles de cuajo y nada queda en pié, engulle todo. Viene para acá. Las piernas no me responden, no puedo moverme, estoy contra la pared, lo más chato que puedo, para que no me toque, quizás me salve… está pasando, pero más atrás engordó mucho, abarca toda la calle… me va a tocar… Ay! Nooo! aaghh!
--Uy, qué susto! Tengo que dejar el alcohol! Qué horrible pesadilla! Uno sueña cada cosas!

martes, 21 de febrero de 2012

Despido

Ese viernes de mañana garuaba, muy temprano, munido de su gacho y paraguas grises, se encaminó a la estación, como siempre. El tren no se hizo esperar y Juan fue puntual una vez más, igual que durante todos los días de sus quince años de asistencia perfecta que nunca le mereció premio alguno.
Al llegar a su oficina, no le dejaron entrar, le dijeron que recogiera sus cosas y pasara por la caja, donde le esperaba la última liquidación que ya estaba preparada.
Sin explicación, preámbulo ni cortesía alguna, había sido despedido. Puso sus cosas en una oscura bolsa grande de residuos, pasó por la caja, embolsó el dinero, guardó los papeles y se fue, como si nada, sin posibilidad de despedirse de sus compañeros... Se fué pateando las hojas multicolores que alfombraban calles y veredas del barrio de la fábrica, mientras la garúa espesa cantaba su ritmo acompasado, relativizando la importancia del momento vivido, aunque sumando otro pálido y triste aporte a las frustraciones que venía coleccionando últimamente. Pasó por el banco a depositar el dinero, luego fué a lo de su amigo abogado, a darle la noticia y para que revisara la liquidación recibida. Luego acudió al gimnasio. Se zambulló y nadó diez piletas. Luego le dio trompadas a la "punching-bag" hasta que se cansó.
Ya era mediodía, comió algo en el restaurante de su ex, le dejó la cuota mensual con anticipación este mes, pasó por un comercio de computación y compró un ordenador, más varios elementos para armar la propia oficina en su casa. Llegado allí, envió decenas de CV's y luego, café mediante, retiró una runa de la bolsa: esta vez resultó ser Teiwaz, la runa del guerrero espiritual. Esta runa demanda el culto de la paciencia, recuerda las palabras de San Agustín: "El premio de la paciencia es la paciencia" También es una runa de coraje y dedicación, templanza que caracterizó su existencia. Esta es la vida que Odín, el Tao, las fuerzas de la Naturaleza o Di-s le mandaban, otra prueba más a conquistar.

Rosh y el tesoro de Odin

Cierta mañana, después de siete días de intensas tormentas, Rolf se despertó deslumbrado por una extraña y enorme luz multicolor que invadió su humilde choza. Al levantarse, aunque estaba acostumbrado en sus cientos de años de edad a ver muchos prodigios y milagros, esta vez no pudo acreditar lo que estaba viendo. Un enorme arcoiris terminaba en su choza y tres ollas fantásticas llenas de monedas acuñadas con el más fino oro relucían tanto que apenas mirabas quedabas momentáneamente ciego, recordando la imagen. El duende procedió a agrandar su choza para darle cabida a ese tesoro que le enviara Odín, con un encargo en tres partes, que debía cumplir uno tras otro, en un tiempo más o menos breve. El pájaro azul del bosque trasmitió con sus gorjeos todos los detalles de la triple operación, a ser ejecutada al pie de la letra. Rosh conocía el fino lenguaje de los pájaros y mil idiomas y dialectos recientes o remotos en el tiempo y la distancia, podía hablar con las plantas, tan bien como con los hombres y conocer la naturaleza del vacío de cada ambiente y las repercusiones correspondientes a cada sonido, cada suspiro, cada latido, antes de que se produjeran.
Odín le encomendaba restablecer la salud y la paz en el Reino de Lear, donde estaban sufriendo culpas ancestrales del karma de sus antiguos predecesores, tanto el rey como la mayoría de sus súbditos.
Rosh, desenrolló una soberbia carpeta de Esmirna y colocó sobre ella, una de las ollas con monedas de oro y apenas partió, llegó al palacio del rey Lear. En seguida fue llevado a su lecho, donde ya esperaban su muerte muy próxima. Rosh acudió a sus dones de sanación que rara vez practicaba y orando toda la noche, junto con todo el pueblo, al amanecer, se fueron levantando a agradecer perfectamente sanos, todos sus enfermos. Dejó el tesoro al rey y extrajeron una runa de la bolsa que Rosh llevaba siempre consigo, para indicar al rey el camino que debía seguir. La runa esta vez era Ehwaz, la runa del movimiento, la transición, los cambios, el progreso, ese era el camino esperanzado que indicaba al rey las decisiones a tomar de inmediato.
Sin esperar agradecimientos ni festejos, entre los aplausos felices de todo el pueblo, se dirigió a su alfombra, para llegar a tiempo al siguiente destino que Odín le había fijado.