sábado, 24 de abril de 2010

Qué piensas?

La sencillez, la humildad, la verdad y la espontaneidad son muy apreciadas. Quien es auténtico, logra los mejores bienes. ¿Por qué no decir abiertamente lo que uno siente? A alguien le puede interesar… Gracias a esta actitud comienzan muchas amistades… al sincerarnos, primero lo hacemos dentro nuestro. Nos conocemos mejor a nosotros mismos, vemos todo con mayor claridad y así, podemos ser más útiles a los demás.Generalmente, desde que me acuesto hasta que me levanto, trato de no pensar, para estar en paz o para conciliar el sueño. Existen varios recursos para ello. Algunos cuentan ovejas, esa técnica es muy vieja y resulta tan común que realmente, no me interesó y creo que nunca la probé. De cuando incursioné en el yoga y la meditación trascendental hindúes y el taoísmo o el tai chi chuan chinos, me quedaron otros sistemas para evitar pensar que son útiles, sólo que a veces, uno está tan pasado de revoluciones o está sumido en un corso tan ruidoso, que no puede sujetarse a los postulados y concentrarse en un punto o en la propia respiración, o imaginar que está en la posición de loto, en lo más profundo del mar y que cada vez que surge un pensamiento, brota una burbuja de debajo de una ostra enorme, que parece una boca que se abre asombrada al descubrir el terrible secreto.
Otras técnicas tienen que ver con ir a un lugar preferido, como una playa solitaria o en el hueco de una montaña adonde uno se siente seguro y allí, abrir el alma sinceramente y exponer los sentimientos para que estos encuentren el mejor cauce. A veces, en ese lugar se encuentra un maestro o personaje que nos ayuda a tomar la más sabia decisión, a solucionar un problema o simplemente a aplacar nuestra alma atribulada, lo que generalmente no es tan simple, cierto?
Claro, que cuando uno está contento o excitado por algo bueno, también le suele resultar difícil no pensar. Sin embargo, esta disciplina beneficia en gran forma a la salud física y mental. Habría que intentarlo con gran determinación, pues se consiguen frutos insospechados al lograrlo. Dicen que si todo el mundo se concentrara nada más que quince minutos de día y otro tanto de noche, en no pensar, no habría más guerras.
También en el método Silva de Control Mental, comprueban resultados impresionantes, al llevar la mente a los estados de alpha y tetha, consiguen potenciar la memoria, estudiar más fácilmente, encontrar cosas que han perdido, diagnosticar enfermedades y mucho más. Nuestra mente es muy poderosa y es necesario sacarle el mayor provecho posible.
Por otro lado, nuestro subconciente ha sido acribillado hasta la alienación, con prejuicios exagerados y erróneos, que nuestra conciencia no concibe. Es por ello que tenemos gravado que ser rico no es bueno, pues porque la riqueza es generalmente mal habida, así es como le tenemos miedo a la riqueza, aún sin saberlo. Valga este ejemplo para muchos otras obsesiones adquiridas desde aún antes de ser concebidos y luego reforzadas con la repetición a través de nuestros progenitores, el entorno y demás factores que no se pueden evitar. Una manera de terminar con esos prejuicios es la siguiente: estando en estado meditativo (cuando las ondas alpha comandan nuestro cerebro) podemos repetir una frase formulada en términos positivos, claros y breves que diga lo contrario, como por ejemplo: "Ahora soy feliz y estoy muy agradecido: continuamente, de todas partes, de modos distintos, recibo crecientes cantidades de dinero" y repetirla muchas veces, todos los días, hasta que sea cierto.
Y vos, ¿pensás? ¿Qué pensás? Deja tu comentario.

viernes, 23 de abril de 2010

V I E J O

La suerte estaba echada, nada más podía hacerse. El hombre devolvió sus útiles y se marchó.
La discriminación etaria es un hecho que se da en todo el mundo, aunque no en todos los ambientes. Hay algunas pocas comunidades dispersas adonde a los ancianos los veneran y les dan un papel preponderante.
En su país, en su ciudad, no es así, lo botan como a martillo que no da en el clavo.
Sin embargo, el hombre pretende seguir viviendo y gozando por lo menos, de algunos de los placeres de la vida, ya que ciertas cosas no se las permite su salud. Los años van dejando huellas y la fatiga de materiales se nota a su debido tiempo. Se cansa antes, aunque su determinación y orgullo personal, nunca le permiten abandonar algo inconcluso. Él es su juez más exigente. De pronto nota que jadea y se dice: –Esto es de viejo, no jadees hombre, respira normal, apura el paso, endereza la espalda, termina el trabajo, no mires el reloj hasta que acabes la tarea.
Antes de llegar a casa, se quita la gorra, para que no se note que tenía frío y que su mujer lo vea entero y galante como cuando era joven. Se peina el cabello ralo y acomoda el semblante con una sonrisa fresca, como si recién hubiera salido en la mañana. Algún temblor y un escalofrío recorren su cuerpo. Toma el chocolate que compró para ella y saca las llaves… ya los perros ladran dándole la bienvenida.

jueves, 22 de abril de 2010

Minicuentos en ramo.


Azul.
Envuelto en un manto azul, voló hacia su estrella y se fugaron.

Aleta.
Desde la aleta del tiburón, todo es posible. Ella arremete contra viento y marea y nada se le opone. Sin embargo hoy, la como en milanesa.

Beso.
La besé, tanto la besé, que entre beso y beso la veía sumirse muy despacio, hasta que desapareció.

Elusivo amor.
Devuélveme inmisericorde reloj, aquellas horas, aquellos minutos mágicos de intensa pasión.

Micifuz.
Único testigo de tantas noches de intenso amor, al verlos discutir, los miró decepcionado y jamás volvió.

domingo, 18 de abril de 2010

FERMINA


Cuento
por Carlos R. Curiel.

–Verano lluvioso como éste no había visto en mis cincuenta años de existencia. No es que lleve la cuenta, claro que no, odio la historia, las cosas pasadas y las estadísticas, pero que llovió, llovió y mucho! Estoy harta de tanta lluvia! Me pone triste!
–Cuando hay sol y calor, me suelo tirar en la playa y dejar que las olas vengan a mi. No corro riesgo de que me lleven. Soy muy pesada. Para mi metro cincuenta de estatura, noventa kilos, se notan. A veces me miro al espejo y no lo puedo creer. Poco a poco fui agrandándome sin darme cuenta. Es que no me importa. Desde que murió mi esposo, nadie se fija en mi apariencia. Los únicos desahogos que tengo son comer y tomar y yacer al sol y me doy el gusto, total, pocos pasatiempos tengo, viviendo sola.
–Nunca pasa nada. A veces me da por llorar. No quiero pensar en el pasado. En mi mente busco una salida, un camino nuevo que me lleve otra vez hacia un fin feliz, pero pronto lo desecho. La otra noche sin embargo, ocurrió algo extraño, no sé si lo soñé o sucedió de verdad. Sentí un ruido que me despertó, como a las tres de la madrugada y una punzada de apetito que debía ser saciado.
–Me levanté a hacerme un rico té de arándanos y comer algunas macitas de maicena con dulce de leche y coco, muy ricas, que me había hecho traer de la panadería del centro del balneario adonde vivo. Me miré fugazmente en el espejo que está al lado de la escalera que me lleva abajo, a la cocina. Semi dormida como estaba, no le acerté al escalón y me fui de bruces contra la baranda. Fue una fracción de segundo: quedé balanceando mi cuerpo un instante y mi caída era inminente, creí que me mataba, iba a caer desde lo alto de la escalera al piso del comedor y sin embargo, me pareció que desde el espejo salía alguien, muy parecida a mi cuando era flaca y me sostuvo. Volví a mi posición vertical e inmediatamente acerté a sentarme en un escalón, con la cabeza gacha, temblando, sin hacer nada. Unos minutos más tarde, recobré el valor y miré hacia el espejo. Sólo reflejaba una parte del cielorraso y la vieja araña, apagada. El miedo me dio más hambre, así que prendí la luz, para evitar tropezar de nuevo, y tomada firmemente de la baranda, fui descendiendo lentamente, sin mirar más que mis movimientos y los escalones. No quería encontrarme con algún fantasma si miraba a los costados. Tomé el té y engullí los pequeños alfajores uno tras otro, hasta acabarlos y aún así, luego pude dormir aunque con sobresaltos y la luz del pasillo prendida, por si acaso.
–Al día siguiente, casi me había olvidado del hecho, descartándolo como un sueño raro. Fui a la playa caminando despacito, los escasos setenta metros de distancia, desde la puerta de mi duplex. El sol del atardecer comenzaba a enrojecer y me quedé profundamente dormida.
–Entonces soñé con la misma figura que vi fugazmente brotando del espejo, aquella noche, que sin duda era yo, unos diez o doce años antes, cuando vivía mi marido, yo daba clases de francés, él era un próspero comerciante y salíamos a cenar y bailar, siempre tan activos y felices. Mi otro yo flaco –pesaba apenas 48 kgs– me increpó duramente por la vida tan apática e indiferente que estaba llevando. Fue tal el susto que me llevé, que a la mañana siguiente, solamente desayuné una fruta y un yogur y fui al centro del pueblo caminando, cosa que no hacía en años. Me anoté en el gimnasio con el verdadero propósito de ir diariamente, empezando aunque fuera quince minutos por día e incrementar el tiempo a medida que mi cuerpo se fuera acostumbrando.
–No fue solamente el susto, lo que me llevó a tomar tal determinación, estaba implícito que si cuidaba mi aspecto, podría volver a vivir tiempos tan felices como antes… tal vez. Y ahí fue que empecé a pensar realmente en mi presente y mi futuro, algo que había evitado desde que falleció mi marido. Había ido hilvanando día tras día, sin pensar en propósito alguno. No había querido pensar. Aquella noche me quedé dormida vestida.
–La decisión duró tan solo por esa vez. La desidia y el hábito adquirido fueron más fuertes. No fui más al gimnasio y volví a comer descontroladamente.
–Pasaron los días, la desazón aumentaba y esta mañana, imaginé que el sol ardiente me llamaba a sus brazos, sin embargo llovía torrencialmente. El viento soplaba en toda la costa. Comprendí que ardía de fiebre. Me incorporé con gran dificultad y comencé a caminar a los tropezones. Me interné en las frías aguas. El fuego me invadía y el mar fue propicio alivio, seguí caminando al horizonte y luego a nadar torpemente, ya la corriente me arrastraba mar adentro. Llorando, me zambullí a lo más profundo. Una luz pálida se fue haciendo más intensa, me sentí flaca y hermosa por sólo un momento y desaparecí.

miércoles, 14 de abril de 2010

PERRO FLACO. Cuento, por Carlos R. Curiel


Saltaron los goznes y finalmente cedió la puerta de la caja de caudales empotrada en la pared, detrás del cuadro con la figura del prócer. Raramente, dio más trabajo abrir el pequeño cofre de bronce bruñido que allí se encontraba.
Nada de lo que le había dicho su compañero de celda, encontró allí, sólo documentos sin valor, unas pocas fotos amarillas y un gastado anillo de plata.
Escudriñó debajo y dentro del colchón, en las cajas de galletitas, azúcar, yerba y demás latas de la cocina, dentro de los vetustos libros de la descuidada biblioteca. Entre telas de araña, hurgó en los rincones más oscuros. Ni un retazo de suelo, ni de las paredes, ni de las tablas del techo quedó sano. Los cuadros desgajados quedaron desparramados por el suelo.
Cuando el delincuente se fue, la casa quedó irreconocible, totalmente destruida y ahora, se llovía profusamente, por las tejas faltantes, que no fueron descartadas de la afanosa búsqueda.
Todo ocurrió durante las horas de la siesta del domingo. Los vecinos dijeron que no vieron ni escucharon nada y no es fácil de creer.
Saltando como gato desde una terraza de la casa vecina, que estaba a medio construir, gracias a su extrema delgadez, que le ayudó a escapar de la prisión, ahora pudo entrar por un ventanuco de la azotea, cuya reja forzó, haciendo palanca con un hierro que seguramente halló en la obra de al lado y que ahora, descartado, yacía en el piso de la azotea.
Al perro lo durmió con algún spray, porque siguió así hasta el día siguiente, cuando vino la desconsiderada parienta para supuestamente alimentar a ambos, como lo hacía con mucho menos asiduidad de la necesaria.
Ese lunes, había ido al mediodía, porque se había quedado dormida. El pobre animal, se veía escuálido, mientras gemía por el muerto, al que visiblemente había estado tratando de despertar sin resultado. Con el alboroto y sin la indispensable intención caritativa, a la mujer, ni se le ocurrió alimentarlo.
El ingeniero no sufrió, no había pruebas de castigo, según dijo el forense. Lo que sí notó, fue que al igual que el perro, hacía mucho tiempo que se venía debilitando por inanición.
Blanco como el papel por la anemia, el hombre se fue apagando como una vela. Cuando llegó el ladrón, el anciano ya estaba desfalleciente y tuvo un paro cardíaco final debido al susto, ante el violento requerimiento del intruso, respecto de dónde guardaba su dinero.
Le habían pasado un dato erróneo al ex preso. Es evidente que en ese cofre de bronce, dentro de la caja de caudales, el veterano profesional no tenía nada de valor, por más que los vecinos siempre hablaban de que allí guardaba un apreciable tesoro y que no gastaba nada, de puro avaro, como si eso pudiera permitirle vivir más tiempo.
La hija postiza, estaba desesperada, parecía que se la llevaba el diablo. Secretamente, estaba convencida de que hallaría algo en la casa que le redituaría las horas perdidas atendiendo al viejo que tanto le repugnaba. Lo hacía con la esperanza de encontrar el tesoro celosamente guardado del que todos hablaban. Pensaba que el ladrón, anticipadamente, le había robado a ella, lo que se había “ganado” con tanto esfuerzo y era por eso, no por el muerto, que lloraba frustrada. Su único alivio, era que ya no tendría que seguirse ocupando de él.
Desde que su madre murió dejó de cuidar al viejo, ya que nadie se lo imponía ahora y éste se fue deprimiendo cada vez más.
Todos se fueron –después que se llevaron el cadáver. Solamente quedó en la casa el consumido perro, aullando lastimeramente, sin que nadie se ocupara de su dudoso destino, sin amo y sin alimento.
Muchas horas transcurrieron. Aún arreciaba la tormenta cuando el escuálido animal, totalmente mojado, buscó un rincón donde guarecerse de las profusas goteras del techo.
Husmeó afanosamente bajo las tablas del piso y se metió dentro de un gran agujero, adonde el ladrón había estado hurgando la tarde anterior.
Después de escarbar por largo rato, emergió con una bolsa de grueso polietileno, impresa con el logo de una marca conocida de alimento balanceado entre sus fauces y al romperla, aparecieron diez fajos de a cien billetes verdes con la imagen de Benjamín Franklin impresa en el medio. Los olió e inmediatamente, se puso a masticarlos con voracidad digna de mejor comida.