Tras una lluvia flaca,
con sincopado tedio,
un ave nocturna chilla;
de un sueño al otro
pasó el día
y el mantel de tinieblas,
secuestró luna y estrellas.
La náusea febril
del desamor nocturno
recuerda el misterio astral
del desencuentro
con fragancias
de sándalo y mirra.
Oropeles, vagabundeos
y montes de horas luengas
no lograron disipar penas,
ni tejer hilos de olvido.
La tregua fragmentada
de una noche infinita
da lugar a tenues rayos
de una alborada distinta.
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