martes, 21 de febrero de 2012

Rosh y el tesoro de Odin

Cierta mañana, después de siete días de intensas tormentas, Rolf se despertó deslumbrado por una extraña y enorme luz multicolor que invadió su humilde choza. Al levantarse, aunque estaba acostumbrado en sus cientos de años de edad a ver muchos prodigios y milagros, esta vez no pudo acreditar lo que estaba viendo. Un enorme arcoiris terminaba en su choza y tres ollas fantásticas llenas de monedas acuñadas con el más fino oro relucían tanto que apenas mirabas quedabas momentáneamente ciego, recordando la imagen. El duende procedió a agrandar su choza para darle cabida a ese tesoro que le enviara Odín, con un encargo en tres partes, que debía cumplir uno tras otro, en un tiempo más o menos breve. El pájaro azul del bosque trasmitió con sus gorjeos todos los detalles de la triple operación, a ser ejecutada al pie de la letra. Rosh conocía el fino lenguaje de los pájaros y mil idiomas y dialectos recientes o remotos en el tiempo y la distancia, podía hablar con las plantas, tan bien como con los hombres y conocer la naturaleza del vacío de cada ambiente y las repercusiones correspondientes a cada sonido, cada suspiro, cada latido, antes de que se produjeran.
Odín le encomendaba restablecer la salud y la paz en el Reino de Lear, donde estaban sufriendo culpas ancestrales del karma de sus antiguos predecesores, tanto el rey como la mayoría de sus súbditos.
Rosh, desenrolló una soberbia carpeta de Esmirna y colocó sobre ella, una de las ollas con monedas de oro y apenas partió, llegó al palacio del rey Lear. En seguida fue llevado a su lecho, donde ya esperaban su muerte muy próxima. Rosh acudió a sus dones de sanación que rara vez practicaba y orando toda la noche, junto con todo el pueblo, al amanecer, se fueron levantando a agradecer perfectamente sanos, todos sus enfermos. Dejó el tesoro al rey y extrajeron una runa de la bolsa que Rosh llevaba siempre consigo, para indicar al rey el camino que debía seguir. La runa esta vez era Ehwaz, la runa del movimiento, la transición, los cambios, el progreso, ese era el camino esperanzado que indicaba al rey las decisiones a tomar de inmediato.
Sin esperar agradecimientos ni festejos, entre los aplausos felices de todo el pueblo, se dirigió a su alfombra, para llegar a tiempo al siguiente destino que Odín le había fijado.

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