Durante el primer lustro
de este siglo allá al norte, en el otro hemisferio, solía pasear por la
alta montaña y disfrutar de un silencio melodioso y crepuscular que añoro.
Dejaba el auto donde comenzaba el bosque, cargaba la mochila a la
espalda y subía hasta el refugio, reservaba lugar para dormir esa
noche y dirigía mis pasos por un camino predilecto que bordeaba la parte más alta de la ladera, desde donde divisaba, muy abajo a la izquierda, los
meandros enormes del río y el valle verde primaveral. Álamos temblones y altos
pinos escoltaban el lado derecho del ancho sendero. Ellos y sus sombras
parecían deslizarse acompañando mis pasos. La nieve iba disminuyendo cuanto más
abajo miraba y del otro lado, el bosque luminoso arriba y oscuro adentro me
trasmitía su ánimo vital con gorjeos, cantos y avistajes de aves, conejos y ardillas,
siempre tan laboriosos y movedizos, que ahora iban apagándose como el
atardecer. Un pájaro carpintero con su continuo repiqueteo, aportaba ritmo al festejo.
Seguía subiendo más allá del bosque y en la cima divisaba imágenes que quitaban
el aliento.
Alguna vez, allá muy lejos en el poniente, el firmamento cambiaba sus
tonos desde grises plúmbeos a violetas, lacres y rojizos. Podía escuchar el
clamor de truenos apagado por la distancia, unas líneas quebradas deslumbrantes
anunciaban más tormenta, los nubarrones pesados descargaban su contenido sobre
la campiña que había estado esperando ansiosa. El sol agazapado huía, sofocado
por la hinchada turba de nubes dispuestas a dar más guerra y solo algunos
tímidos fulgores áureos se espantaban del encierro. El aluvión arreciaba aún
lejos y por momentos parecía aproximarse.
La brisa se acentuaba trayendo cánticos y aromas
húmedos del bosque y su ulular hacía cantar a la montaña. Con la melodía del entorno y la vista de tanta magnificencia
quedaba meditando sobre mi vida, alejado de hijos y nietos que pasaban las suyas
al sur del planeta, cuya redondez en ese momento podía apreciar mejor
hacia el este, donde el horizonte permanecía limpio.
El cielo, como la vida, alterna oscuros matices y
claros perfiles que van prodigándose más o menos acompasados ahora, profusos
luego. Solo nos resta agradecer y compartir lo que nos brinda.
A veces, para conciliar el sueño en noches
solitarias, apelo al recuerdo de aquellos tiempos en las altas montañas del
oeste de Norteamérica.
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