domingo, 18 de abril de 2010

FERMINA


Cuento
por Carlos R. Curiel.

–Verano lluvioso como éste no había visto en mis cincuenta años de existencia. No es que lleve la cuenta, claro que no, odio la historia, las cosas pasadas y las estadísticas, pero que llovió, llovió y mucho! Estoy harta de tanta lluvia! Me pone triste!
–Cuando hay sol y calor, me suelo tirar en la playa y dejar que las olas vengan a mi. No corro riesgo de que me lleven. Soy muy pesada. Para mi metro cincuenta de estatura, noventa kilos, se notan. A veces me miro al espejo y no lo puedo creer. Poco a poco fui agrandándome sin darme cuenta. Es que no me importa. Desde que murió mi esposo, nadie se fija en mi apariencia. Los únicos desahogos que tengo son comer y tomar y yacer al sol y me doy el gusto, total, pocos pasatiempos tengo, viviendo sola.
–Nunca pasa nada. A veces me da por llorar. No quiero pensar en el pasado. En mi mente busco una salida, un camino nuevo que me lleve otra vez hacia un fin feliz, pero pronto lo desecho. La otra noche sin embargo, ocurrió algo extraño, no sé si lo soñé o sucedió de verdad. Sentí un ruido que me despertó, como a las tres de la madrugada y una punzada de apetito que debía ser saciado.
–Me levanté a hacerme un rico té de arándanos y comer algunas macitas de maicena con dulce de leche y coco, muy ricas, que me había hecho traer de la panadería del centro del balneario adonde vivo. Me miré fugazmente en el espejo que está al lado de la escalera que me lleva abajo, a la cocina. Semi dormida como estaba, no le acerté al escalón y me fui de bruces contra la baranda. Fue una fracción de segundo: quedé balanceando mi cuerpo un instante y mi caída era inminente, creí que me mataba, iba a caer desde lo alto de la escalera al piso del comedor y sin embargo, me pareció que desde el espejo salía alguien, muy parecida a mi cuando era flaca y me sostuvo. Volví a mi posición vertical e inmediatamente acerté a sentarme en un escalón, con la cabeza gacha, temblando, sin hacer nada. Unos minutos más tarde, recobré el valor y miré hacia el espejo. Sólo reflejaba una parte del cielorraso y la vieja araña, apagada. El miedo me dio más hambre, así que prendí la luz, para evitar tropezar de nuevo, y tomada firmemente de la baranda, fui descendiendo lentamente, sin mirar más que mis movimientos y los escalones. No quería encontrarme con algún fantasma si miraba a los costados. Tomé el té y engullí los pequeños alfajores uno tras otro, hasta acabarlos y aún así, luego pude dormir aunque con sobresaltos y la luz del pasillo prendida, por si acaso.
–Al día siguiente, casi me había olvidado del hecho, descartándolo como un sueño raro. Fui a la playa caminando despacito, los escasos setenta metros de distancia, desde la puerta de mi duplex. El sol del atardecer comenzaba a enrojecer y me quedé profundamente dormida.
–Entonces soñé con la misma figura que vi fugazmente brotando del espejo, aquella noche, que sin duda era yo, unos diez o doce años antes, cuando vivía mi marido, yo daba clases de francés, él era un próspero comerciante y salíamos a cenar y bailar, siempre tan activos y felices. Mi otro yo flaco –pesaba apenas 48 kgs– me increpó duramente por la vida tan apática e indiferente que estaba llevando. Fue tal el susto que me llevé, que a la mañana siguiente, solamente desayuné una fruta y un yogur y fui al centro del pueblo caminando, cosa que no hacía en años. Me anoté en el gimnasio con el verdadero propósito de ir diariamente, empezando aunque fuera quince minutos por día e incrementar el tiempo a medida que mi cuerpo se fuera acostumbrando.
–No fue solamente el susto, lo que me llevó a tomar tal determinación, estaba implícito que si cuidaba mi aspecto, podría volver a vivir tiempos tan felices como antes… tal vez. Y ahí fue que empecé a pensar realmente en mi presente y mi futuro, algo que había evitado desde que falleció mi marido. Había ido hilvanando día tras día, sin pensar en propósito alguno. No había querido pensar. Aquella noche me quedé dormida vestida.
–La decisión duró tan solo por esa vez. La desidia y el hábito adquirido fueron más fuertes. No fui más al gimnasio y volví a comer descontroladamente.
–Pasaron los días, la desazón aumentaba y esta mañana, imaginé que el sol ardiente me llamaba a sus brazos, sin embargo llovía torrencialmente. El viento soplaba en toda la costa. Comprendí que ardía de fiebre. Me incorporé con gran dificultad y comencé a caminar a los tropezones. Me interné en las frías aguas. El fuego me invadía y el mar fue propicio alivio, seguí caminando al horizonte y luego a nadar torpemente, ya la corriente me arrastraba mar adentro. Llorando, me zambullí a lo más profundo. Una luz pálida se fue haciendo más intensa, me sentí flaca y hermosa por sólo un momento y desaparecí.

1 comentario:

Juan Carlos dijo...

Sinceramente sublime Carlos