Terminó
finalmente de auditar el balance y plantó su firma. Eran las diez de la noche
del viernes, noche apacible de plenilunio. Prometían ser unos hermosos días de
vacaciones los que tenía por delante, o eso esperaba. El pronóstico del tiempo era
bastante halagüeño para la época del año, un otoño que parecía verano.
Traer el auto
al centro habría sido una locura, el tránsito estaba cada vez peor y a esa hora
solía ir poca gente en el tren hacia El Tigre. Desde la oficina, ubicada frente
a la Plaza San Martín, a una cuadra de la estación de trenes de Retiro, caminaba
a paso tranquilo, respirando profundamente. Se acomodó en el penúltimo vagón,
en un asiento donde había buena luz para leer.
Había tenido
dos semanas muy complicadas con la visita de los directores de la empresa que
llegaron de España de improviso, hacer de guía-anfitrión paseándolos por las
parrilladas de la costanera, teatros del centro, tanguerías de San Telmo y
museos de Buenos Aires había requerido gran esfuerzo. Luego tuvo que acompañarlos en avión a
la bodega de Mendoza y no encontró un momento para pasar por su casa.
Pidió
vacaciones para dedicarle tiempo exclusivo a su mujer que bien lo merecía y en
unos días va a ser su cumpleaños, arregló la compra del auto que le gustaba, para
hacerle una buena sorpresa. Y para completar, luego la llevaría al campo, o a Pinamar
o del otro lado del charco, a Colonia o a Punta.
Abrió la
novela que había estado esperando en el maletín toda la semana, no había tenido
tiempo de terminarla. Fue leyendo despacio el último capítulo preguntándose
resolvería el desenlace el autor. Tenía tiempo suficiente, doce estaciones, a
unos tres minutos por estación, eran treinta y seis minutos para llegar a Victoria.
Los personajes eran complicados y de pocas palabras, no se llevaban bien entre
sí y el “narrador” era el mismo asesino a sueldo contratado para ajustar
cuentas, en ese momento, con un “cliente” que hacía meses que no pagaba la
cuota de “protección”. “Si todos hicieran lo mismo, se termina el negocio, hay
que tener mano de hierro, acá nadie se escapa” –decía el personaje. El asesino mostraba
un particular sentido morboso del humor, así que habìa continuos malentendidos
y situaciones dramáticas no exentas de originalidad. Este tipo de gente no
habla, actúa drásticamente y el entorno entiende o muere.
El sabía que
eso podía darle resultado a los mafiosos, sin embargo la gente normal debe
conversar de forma civilizada para solucionar sus diferencias, Susana parece no
entenderlo –reflexionaba- ahora yo debería ir a casa, pero ella está molesta por algo que no sé bien
qué es, se empaca y no habla, no comprendo qué le pasa y lo que menos necesito
en este momento es una discusión. Intuyo que está celosa, no comprende que mi
trabajo lleva tiempo y debo cumplirlo, no es momento para descuidarlo y además,
tengo que alternar con personas, algunas son mujeres, debo llevarme bien con
todo el mundo, ahora prefiero tomar un trago y comer algo en el boliche, para
no hacer ruido en casa y luego voy, para entonces estará dormida. Estoy hecho
trizas y necesito un buen descanso. Durante esta semana larga tendremos
tiempo para conversar y ver qué cambios podemos hacer para que se sienta mejor
y nuestra relación vuelva a ser tan buena o mejor que al principio, también
podríamos agrandar la familia, ella ya va cumplir treinta y cuatro años -continuaba
diciéndose.
En el bar vio
a su primo Ismael al final de la barra con una linda rubia, pero no lo quiso
distraer. Disfrutó despacio
del churrasco con noisettes y cabernet y luego se encaminó al
chalet en un remis.
El auto no
estaba estacionado en la puerta, y ya era medianoche, ella lo habría entrado al
ver que él no llegaba temprano lo cual le molestó. Él también se molestó porque
tenía miedo que le pasara algo a ella, si algún bandido la asaltaba al verla
sola por más instrucción de defensa personal y de armas, que hubiera recibido
de su padre ex-comisario, un poco de miedo no le vendría mal. Es cierto que Punta
Chica parece tranquila, pero es peligrosa, por algo mantienen guardias
permanentes patrullando.
Admiró los altos eucaliptos y pinos que bordeaban
la casa y sintió ganas de tirarse en la hamaca a mirar la luna llena entre sus
ramas pero prefirió ir a la cama y dormir tan profundamente como fuera posible.
Entró despacio para no despertar a su pareja. Una ducha y a la cama –se dijo.
No la oía respirar. Era evidente que estaba despierta pero ella tampoco quería
hablar y mucho menos iniciar una discusión a esa hora de la noche, así que ella
se hizo la dormida y él hizo como que creía que ella dormía.
Para entrar
en su sueño, se puso a recordar la novela que estaba leyendo. Se compenetraba
tanto cuando leía que se sentía como si fuera otro personaje más, era una vida
paralela. El tipo que no había pagado la cuota de protección tomaba sol en la
reposera del jardín de su casa construida entre robles y rosales en flor.
Estaba tranquilo, era la hora del café de la tarde. Iba a levantarse cuando sintió
un sacudón fuerte en el pecho que lo echó de nuevo en el asiento, luego un
sabor amargo, vomitó sangre, se quiso incorporar y le fallaron las piernas,
otra vez cayó sentado, miró el orificio de la bala justo en la tetilla izquierda
y un chorro oscuro brotó de la herida, trató de detenerlo con la mano, sintió
frío y un espasmo. Lo último que pudo ver fue al homicida que con una mueca de
satisfacción, volvió a disparar, esta vez a la cabeza.
No fue bien
elegido ese pasaje para conciliar el sueño y sin reconciliación no podía
abrazar a su mujer como otras veces, en que se le cruzaba un mal pensamiento,
no sabía en realidad, qué le pasaba, ni qué la había molestado, lo único que había
dicho fue: “Vos sabés bien a qué me refiero” aunque el no tenía mucha idea. Susana
estaba celosa de las empleadas y demás mujeres que visitaban la empresa y
principalmente de su secretaria, aunque él creía que no le daba motivos. Sin
embargo, ella tejía intrigas que la hacían sentir mal. El la llevaba a algunas
reuniones para que viera que todo estaba bien, pero había sido contraproducente.
Le había pedido a Alicia su secretaria, que le avisara a Susana que iba a
llegar tarde porque hubo que despedir a los directivos que volvían a Europa.
Además, él mismo la llamó tres veces pero no contestó y le dejó mensajes en el
contestador. En la
habitación oscura miró el reloj con agujas fosforescentes, ya era la una y no podía
dormir. La almohada le resultaba muy espesa. Prefiero la más chata –pensaba-
pero Susana también, así que tendré que comprar otra. Normalmente le habría
pegado un par de puñetazos a la almohada pero ahora no podía hacer ruido ni movimientos
bruscos, así que trató de ahuecarla en el centro, muy despacio. Susana seguía
sin moverse, pensaba acercarse por detrás, abrazarla y besarle el cuello, eso le
había resultado otras veces, pero no se decidió. Volvió a tratar de dormir. Esta vez se relajó mejor concentrándose en la
respiración, contó sesenta escalones de una escalera de cristal que llegaba
hasta la luna enorme entre los pinos, emergiendo del mar y más cerca, estaba la
playa.
De pronto
despertó inquieto, vio el reloj, eran casi las siete, ella no estaba en la
cama… es sábado, qué raro –se dijo- es muy temprano, habrá ido al baño o la
cocina… Echó un vistazo, ya no estaba, se había ido en el auto.
Entonces
imaginó que ella no había dormido en toda la noche, tramando quién sabe qué
pensamientos absurdos, y claro él estaba tan cansado que se durmió y no la
escuchó cuando se fue. En la mesa de la cocina encontró una esquela: “No
aguanto más, me voy a casa de mamá. No me llames.” Y no la llamó. Le mandó un
mensaje por el celular: “Si quieres hablamos, no sé qué te anda molestando,
estuve con mucho trabajo, me tomé franco toda la semana, hasta el otro lunes
para ir al campo con vos. Si no me llamas me voy solo". El servicio
telefónico le avisó que el mensaje fue entregado. Esperó. No hubo respuesta.
¿Cómo iba a
viajar hasta la quinta sin el auto? Decidió ir a lo de sus suegros en uno de
alquiler a arreglar el lío. Si no lo lograba, iría a cazar perdices y hacer un
buen guiso allá afuera. Tal vez podría invitar a sus sobrinos que aceptarían
encantados. Llegó, no había nadie, no estaba el coche y su mujer no atendió el
celular.
Entonces pensó: ¿Y si llamo a Alicia y le
pregunto si pudo
avisarle que llegaría tarde y qué fue lo que habló con Susana? Sé
que a Alicia le encantaría que yo me divorciara, a veces lo dice en broma a ver
cómo reacciono… ¿Y si esta loca le dijo algo que molestó a Susana y por eso
está tan mal? No puedo creer que haya hecho algo así, mejor la encaro
personalmente en la oficina después de esta semana de vacaciones, aunque por
otro lado no quiero que Alicia se entere cada vez que tengo discusiones con
Susana.
A todo esto
ya era mediodía. Cambió de planes. Compró otra novela en el kiosco y un trozo
de asado en el mercado justo antes de que cerrara. Estaba asando la carne cuando
llama Susana para que vaya a conversar. Yo ya fui –le dijo-- y no estabas,
ahora estoy ocupado con la parrilla y preparando la ensalada- y le pidió que viniera ella, que tenía el auto.
No quiso y se volvió a molestar. Sábado, domingo y quizás toda mi semana de
vacaciones peleados y sin una verdadera razón –seguía diciéndose. Comió unos
bocados a desgano. Trató de leer la novela y no pudo, estaba angustiado. Meditó
un rato, se concentró en la respiración y el aroma de los eucaliptos para
calmarse. Algo más tranquilo, fue de vuelta a lo de los suegros. Otra vez no había
nadie. La llamó al celular y no contestaba, no le quiso dejar mensaje. Ya no sabía
qué hacer. Volvió a llamarla y tampoco contestó esta vez -¡Me divorcio, ya
estoy harto de sus estupideces!- y con toda la rabia, ahí sí le mandó un
mensaje diciendo esto.
Volvió a la casa, comió algo aunque el asado se había
enfriado y la ensalada estaba marchita, tomó un vaso de vino. Un vecino había
juntado ramas y frutos de los eucaliptos y los quemaba junto a los árboles del
frente. Empezó a leer de nuevo y se adormeció tranquilo en la silla de
Viena, acunado por la brisa y el aroma que llegaba del bosque, mientras el
sol lo abrasaba suavemente y sintió ganas de tomar café. De pronto se sobresaltó
ante los gritos de Susana que lo insultaba. Todo sucedió tan rápido que no
sabía si soñaba o aún estaba dentro de la novela. ¿Que trae Susana, una taza de
café? No, ¡dios mío!, sintió un golpe en el pecho y amarga la boca, escupió
sangre, miró el orificio junto a la tetilla izquierda y el chorro que brotaba a
borbotones no era oscuro, al sol de la tarde se veía rojo, trató de
contener la sangre con la mano, sintió frío. Susana, enloquecida, le había
disparado con la Beretta de su padre.
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