miércoles, 11 de julio de 2012

P E R D I D O

Llovía torrencialmente y mi paraguas apenas podía contener el aluvión. Tuve que volver a entrar al auto y seguir el camino despacio, por el sendero  que conducía al rio. No había venido preparado para una contingencia de esta naturaleza. La voz en el teléfono había dicho que se trataba de una noticia acerca de mi hijo, sobre su paradero y solamente podía entregarme las pruebas y fotos en persona, ya, en ese lugar únicamente.
Hacía un año que me hijo había desaparecido misteriosamente, sin un rastro, sin razón aparente. Dimos vuelta medio mundo para encontrar alguna pista. Nadie sabía nada. Justo cuando habíamos perdido muchas esperanzas y estábamos desconsolados, apareció esta llamada intrigante, algo absurda, a las tres de la madrugada, en medio de una tormenta invernal. Tuve que recorrer 194 Km hasta ese lugar inhóspito, llamado Iturralde, unas casas derruidas, sin nadie que brinde indicación alguna. Deje encendidas las luces del auto, hice sonar la bocina y espere durante media hora como me habían indicado. El auto estaba enterrándose en el barro del viejo sendero. Quise dar marcha atrás y se empantano más aun. Pedí auxilio con el teléfono celular. Después de dos horas y media, llego el auxilio. Durante todo ese tiempo, nadie se acerco ni llamo por teléfono. En el camino de vuelta, me pareció que un auto me seguía, pero luego cambio el curso de su trayecto. Volví a casa intrigado y agotado por la espera infructuosa. Pasaron dos meses, otra vez la misma persona volvió a llamar, esta vez fue más comunicativa, se disculpo por no haber acudido a la cita anterior, argumentando que lo estaban siguiendo y no quería involucrarme. Me dijo que Juancito estaba bien, que progresaba en el colegio, que estaba con una familia de Santiago del Estero, que tenía otros dos hijos (una niña y un varón) que vivían en el barrio de Ituzaingo, en la zona oeste de la Provincia de Buenos Aires. Para convencerme de su autenticidad, agrego que Juancito tenía una pequeña mancha de nacimiento color rosa en forma de trébol en el hombro izquierdo. Algo que nadie sabía. Me pidió que no intente buscarlo por esa zona porque podrían hacerle daño a mi familia y a mí. Estaban por encontrar a los jefes de la banda que habían raptado a más de treinta niños y si nosotros despertábamos sospechas, podrían huir y no los iban a poder capturar. Durante varias noches no pude cerrar los ojos. La madre estaba enloquecida, pero no podíamos hacer nada. No confiábamos en nadie, a nadie podíamos consultar. Pasaron otras dos semanas. El hombre, que se hacía llamar Pedro, volvió a llamar, esta vez me dijo que ya estaban cerca, que muy pronto me volvería a llamar con buenas noticias, que me mantuviera tranquilo.
Esa semana no fui a trabajar, estaba loco y no se me podía hablar.
Pasaron varios días sin recibir noticias de Pedro.
Al noveno día de la última llamada, apareció Pedro con mi hijo, en la puerta de mi casa. Hacía casi un año que no lo veíamos. El se acerco como si nada hubiera pasado y nos dio un abrazo a cada uno y se fue a su cuarto, como si hubiera venido del colegio. Los médicos lo revisaron, estaba entero, sin traumas ni problema alguno.
Atraparon a la banda completa, pero solo encontraron a Juancito y dos chicos más. Todavía seguían indagando acerca del resto. Los niños eran raptados y vendidos a familias ricas poco escrupulosas, que generalmente, querían tener más hijos pero no podían tener normalmente por algún motivo físico o mental y pagaban generosamente sin preguntar origen ni motivos.
A los chicos los engañaban fácilmente. Los padres no cuidan a sus hijos todo el tiempo como debieran y es muy sencillo raptarlos al salir del colegio, al venir a casa desde lo de un amigo, al estar jugando en la vereda, sin vigilancia. 

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