lunes, 16 de julio de 2012

La Zona Viscosa

Juan Vistas se despertó esa madrugada en medio de la oscuridad. Le pareció escuchar un ruido. Claro que cuando uno pasa la noche por primera vez en un lugar nuevo, cualquier ruido que escucha le resulta extraño.  La estufa a gas se había apagado y hacia mucho frío. Se levanto de la cama y empezó a recorrer el departamento. En la penumbra noto un destello palpitante, que surgía del fondo del corredor. Una de las paredes laterales se veía distinta, así, en la oscuridad, era fosforescente y parecía que latía levemente. Juan no se atrevió a tocarla. Era muy rara: un área irregular de más de un metro cuadrado, viscosa como gelatina. La curiosidad era mayor que el miedo y pensó que después de todas las contingencias amargas que había sufrido recientemente, no podría sucederle nada peor.
La semana anterior le habían encontrado un cáncer, con diagnostico reservado. Al mismo tiempo, su mujer lo había abandonado, justo antes de que cumplieran las bodas de plata y se había largado de la casa con sus pequeñas hijas gemelas, que eran la alegría de su padre. Ese departamento y un pequeño auto, fue todo lo que pudo comprar después del reparto. Juan tiritaba. Por un momento pensó encender la estufa pero la curiosidad ganóPasó  la mano por la zona viscosa con cuidado, era fofa, el dedo se hundió fácilmente en ella. Luego introdujo lentamente dos dedos, luego la mano y finalmente el brazo. Tenía una sensación de agradable calor, en medio del frío del departamento, así que a pesar de sus temblores de miedo y frío, introdujo una pierna y por último, agachándose, pasó al otro lado. Lo que vio lo dejo mudo.  
Había una playa desierta, dunas de arena, un cocotero, palmeras, mucho calor y al fondo, el mar, que lo invitaba a zambullirse entre las olas. Y lo hizo. Se zambulló sin pensarlo dos veces. Camino chapoteando por la orilla, luego comió algunas frutas y sintió que la vida también podía ser hermosa. Luego, se tiró a descansar en medio de una paz inmensa, que hacía mucho tiempo que no sentía. Finalmente, después de mas de dos horas de recorrida y otra de reparador descanso, quiso volver a su departamento. Todo esto era tan extraño, que se preguntaba si estaba en medio de un sueño demasiado real. Volvió junto al cocotero que vio al llegar y a la superficie viscosa en medio de las dunas de donde había salido y volvió a entrar confiadamente en ella.
Lo que encontró no fue el corredor interno de su departamento, sino una plaza, una estación de tren ultra moderna al aire libre y gente que pasaba por ahí enfundada en ajustados trajes de colores, parecidos a los que usan los deportistas, pero con mas bolsillos y aparatos, algunos con patines muy rápidos, especies de autos que volaban. Juan aun estaba con el pijama de invierno con el que se había levantado aquella increíble mañana invernal, mojado por el chapuzón en las olas, sucio de arena y gelatina, desentonando con la vestimenta pulcra, brillante y moderna de algunos transeúntes, que unos pasos más lejos, se juntaban a mirarlo con curiosidad, mientras otros apurados, mostraban total indiferencia.
Un minuto después, se acercó volando una nave parecida a un helicóptero, aunque sin aspas, ni hélices, ni chorros… pero milagrosamente, volaba y se estacionó a diez metros de donde él, con la boca muy abierta, se encontraba parado.
Un tipo alto y fornido, en ajustado traje azul y plata, se acercó cuidadosamente y le preguntó en un idioma que no era ingles, ni español, ni otro que Juan conociera y sin embargo, asombrosamente, le entendió la triple pregunta: Que hace aqui, como se llama y en que lo puedo ayudar. Juan le contesto temblando, que no sabía lo que le pasaba, ni donde estaba y que se llamaba Juan Vistas.
El personaje cambió algunas palabras con alguien más que no estaba allí y tomando gentilmente del hombro a Juan, lo invito a subir al aparato tranquilizándolo con amabilidad. Ni bien se sentó, lo sujetó un cinturón de arriba abajo y otro por la cintura y la nave se lanzó a volar sin más trámite. Nadie parecía estarla tripulando y Juan, muy curioso, miró hacia abajo. Era innegable que aquello era Buenos Aires, pero al mismo tiempo resultaba incomprensible que hubiera cambiado tanto. Lo que más le extrañó fue ver la zona del riachuelo, convertida en una serie de balnearios bordeados de palmeras y árboles frutales, barcos anfibios aerodinámicos y edificios asombrosos cuya arquitectura se asimilaba con la naturaleza, de manera inusitadamente bella y armoniosa. Los edificios tenían terrazas ajardinadas y ellos fueron a dar a uno que tenía un pequeño huerto con cítricos y un estacionamiento donde fácilmente se acomodó el raro artefacto volador. Inmediatamente, se deslizó a su interior desplazándose en una cinta que lo introdujo en un recinto acolchado, donde un robot de apariencia femenina,  lo desvistió, lo auscultó y lo revisó de pies a cabeza en segundos. Encontró un tumor en el hígado, que se veía notoriamente en la pantalla y que desapareció claramente ante sus ojos, mientras el robot le pasaba una especie de linterna roja por la zona afectada. Luego le colocó dentro de un traje aireado que le suministró la temperatura justa para sentirse cómodo y lo sentó ante un video, donde le volvieron a preguntar quién era, de dónde venia y que buscaba. Juan respondió su nombre completo, domicilio, fecha de nacimiento, edad y ahí cayó en la cuenta que estaba en julio de 2092. Esa era la fecha de hoy, en la pantalla que tenía en frente a sus narices. El había nacido en 1953 y tenía entonces 139 años, aunque parecía tener 55. También se dio cuenta que los entrevistadores se habían percatado que esto no concordaba. El gran temor de Juan fue, en ese momento, que no le creyeran y lo encerraran por loco. Entonces le hicieron la pregunta: Desea volver al pasado o quedarse? 
Que habrá contestado Juan? 
Vos, en su lugar, que harías?

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