La lluvia aparece justo ahora, cuando ya nadie la esperaba, el sol se apagó de pronto y espesas nubes negras ocuparon su lugar. Alguien corre a sacar la ropa del tendedero adonde se secaba tranquilamente hasta este momento.
Estallan truenos ensordecedores y el enorme granizo, rompe vidrios y abolla automóviles antes de protegerlos.
En la playa, hasta los perros buscan guarecerse, aullando de miedo, después de recibir algunos golpes. Todos huyen despavoridos. Desde el observatorio del ventanal de la terraza, puedo ver cómo un rayo parte un árbol al medio y cómo la gente trata de esconder los autos para que no se dañen. De pronto, veo una franja muy oscura que se mueve, allá lejos, en alta mar, en el horizonte, enfilo el telescopio hacia allí y ahora lo veo bien. Es inconfundible. Viene un tsunami y avanza rápido. No puedo creerlo. Se me crispa todo el cuerpo, me invade el miedo. Quedo paralizado. Apenas me sobrepongo, corro afuera, luego vuelvo, cierro todo y me voy, no me llevo nada, solo este aparato para seguir trasmitiendo, espero que tenga suficiente batería. Al mismo tiempo, ya algunos vecinos traen la noticia que enviaron los medios, demasiado tarde, como siempre!
Parten desesperados hacia los sitios altos. De inmediato los caminos se llenan y los que van en auto, tienen que imaginar otras salidas o correr por sus vidas. Ya no importan los bienes materiales, hay que salvarse o sucumbir. Llevan chicos en brazos y viejos o impedidos al hombro, sin cuidado alguno, totalmente enajenados.
Mis amigos y yo, nos escabullimos frenéticamente hasta uno de los tres hoteles más altos, e ingresamos a tropezones en uno de ellos, cuando ya el agua nos llega a la rodilla y al ir subiendo, vemos las olas enormes, que van llegando a la playa en tandas. Los tres nos cuidamos y nos damos ánimo.
Trepamos, subimos y por momentos gateamos, entre empellones y codazos, hasta el séptimo piso, por las escaleras, sin prestar mayor atención a los cuerpos de los caídos, con sumo cuidado para no caer nosotros mismos al suelo, en medio de la muchedumbre enloquecida y al llegar, en grupo abigarrado, nos afirmamos entre empujones y codazos, contra el ventanal, con miedo de reventarlo.
Ahí vino el gran susto, cuando nos creíamos a salvo, la primera enorme ola es tan alta como el quinto piso y tenemos pavor que se lleve al hotel y a todos nosotros con la fuerza de sus aguas negras de lodo y arena, arrastrando destrozos de árboles, techos, trozos de casas, embarcaciones de distinto porte, automóviles, animales y gente, luchando aún o ya exánime. Un perro empapado, callado, que se mantiene parado asombrosamente, encima de un montículo de ramas y barro, también se estrella contra el edificio, veo cuerpos de todo tamaño, edad, y sexo, grotescamente retorcidos, rostros sin vida, con gestos de terror, aún atenazando desesperada e infructuosamente un salvavidas, una tabla o una rama gruesa que no sirvió.
El tiempo transcurre y olas mayores se baten contra el edificio con furor y el horror cunde en forma creciente.
El enorme edificio se estremece como hoja al viento y se zarandea al embate inclemente de cada ola gigante que lo alcanza y como hordas implacables de sanguinarios bárbaros comandados por el mismo diablo, no cesan de llegar.
El ritmo ineludible de la muerte, se repite cada cinco, cuatro o tres minutos, ola tras ola,una mayor que la anterior, avanzando inevitablemente, sin piedad ni perdón.
Hay gente llorando y rezando enloquecida, mientras otros todavía se quejan por la ineficiencia de las autoridades que no anunciaron a tiempo el maremoto, para que nos pudiéramos salvar.
La tormenta eléctrica persiste, contribuyendo al desconcierto general. Truenos y relámpagos muy cercanos, se suman al ensordecedor ruido de las olas, con su cargamento de lodo, arena, troncos, trozos de ranchos y casas, automóviles, columnas de alumbrado con cables eléctricos, animales de todo tipo y tamaño y gente rica y pobre, entrelazados, todos por igual, formando un grotesco y mortal revoltijo de deshechos orgánicos e inorgánicos fangosos, cual espeluznante infierno dantesco, no de fuego, sino igualados por el barro y el terror. Imposible salvarse. Ni teléfonos ni otro sistema de comunicación funciona y la gente, impotente ante la tragedia, enloquece, insulta, pelea o grita nombres, buscando inútilmente a seres queridos, para confortarlos o para que vengan milagrosamente a salvarlos. Muchos, totalmente desesperanzados, esperan quietos, temblando aterrados, lo que vendrá. Sin embargo, algunos prenden velas y rezan por la salvación en ésta o en la vida que vendrá...
Ya el agua llega al séptimo piso, este mensaje va por satélite, espero que llegue, soy Luis Rodríguez, de la Ciudad de Córdoba, Argentina. Ya no hay escapatoria.
Una ola impresionante, mucho más alta que el hotel, ahora nos traga irremisiblemente. De todos modos, ya viví mi vida, ojalá que mis hijos y nietos estén bien y sepan cuidarse para que no les ocurra jamás algo como esto, los quie… FIN DEL MENSAJE
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