Sabía que estaba soñando y el sueño me intrigaba, veía a través de los barrotes, los dibujos en una de las paredes de la celda de un criminal serial. A primera vista, parecía pornografía ordinaria. Era una grotesca silueta femenina que no llamaba la atención. Sin embargo, noté algo raro alrededor de la imagen: números, probables códigos, fechas y posibles coordenadas, que rodeaban el dibujo, algo para tener en cuenta. Confío en mis corazonadas. Estaba estudiando a un despiadado asesino canadiense, esquizofrénico, que según mi teoría, comandaba una horda de degenerados disciplinados, que le obedecían fanáticamente y aún desde la prisión, les hacía ejecutar siniestros crímenes combinados sincronizados, que realizaban al pie de la letra, con el mismo modus operandi, exacto, que él mismo solía usar cuando estaba en libertad, siguiendo sus precisas instrucciones. Parecía como si fuera un solo criminal ubicuo, que quintuplicaba su actuación delictiva a pesar de estar preso y era por eso, que todos se mesaban los sesos intrigados al principio, hasta que lo descubrí.
Decidí, visitar la cárcel de máxima seguridad del estado, esa misma mañana temprano, antes de tener que enterarme de su siguiente delito múltiple. Llamé al Detective Morrison, con quien ya hacía un año que trabajábamos este y otros casos y le contagié mi razón: era perentorio evitar que continuara comunicándose con sus secuaces y a la vez, teníamos que atraparlos a todos. Una tarea nada fácil. Media hora más tarde, nos encontramos en la puerta de la prisión.
La celda estaba desocupada en ese momento. El prisionero, después de una trifulca múltiple en el patio de la correccional, se encontraba en el hospital de la prisión muy mal herido de una pierna, con varias costillas rotas y una terrible herida profunda en el cuello, por donde se desangró peligrosamente.
Entramos a la celda sin mayor trámite, saqué fotos de los dibujos de la pared, tal como había visto en mi sueño la noche anterior, que parecía ser el patrón conductor de todas las fechorías a perpetrar de inmediato, a juzgar por las fechas. Varias eran para ese mismo día. Todo estaba en clave, bastante escondido para despistar a los neófitos.
Inmediatamente, fuimos a ver al sujeto al hospital. Parecía dormido, tapado hasta las orejas, con una gorra puesta, pero yo lo recordaba mucho más gordo. Por pura corazonada, lo destapé agresivamente y tal como sospeché, se había hecho humo, solo quedaba un monigote de trapos insuficientes para aparentar su corpulencia real.
Alarma general, búsqueda total. Nadie parecía entender cómo se escapó. Sin embargo, era evidente que tenía cómplices adentro, que lo habían ayudado, en las condiciones de esa pierna lesionada, no podría haberse desplazado en absoluto. La noche anterior había tenido que recibir una transfusión para compensar la sangre perdida durante la reyerta. Tomé un mapa de la zona y apelé al sentido común y a la radiestesia, péndulo mediante, que lo confirmó, era demasiado obvio que se dirigía a Canadá. Por eso mismo, había quien argumentaba que este tipo debía tener un plan más elaborado y querían buscar por otras rutas vecinales. La búsqueda fue escrupulosa, no se omitía detalle alguno.
Evidentemente, todavía estaba cerca, había partido hacía menos de una hora, con su compañero de celda, otro conocido criminal, en una de las ambulancias faltantes del garaje de la prisión. Seis helicópteros y veinte patrulleros estatales fueron despachados de inmediato, para cubrir todas las salidas de la ciudad, terminales de trenes, ómnibus, aeropuerto, caminos que conducían a la frontera y los que salían de la región, hacia las ciudades de los alrededores. El FBI tomó la responsabilidad del operativo con la cooperación total de todas las fuerzas disponibles. Un fuerte cordón policial fue montado en toda la frontera y avisada la policía montada de Canadá para reforzar el cerrojo. Buscamos infructuosamente durante toda la mañana sin tregua ni demora.
Según mis cálculos tenía que estar guarecido en la casa de algún parroquiano, muy cerca del límite con el país vecino, para escabullirse a la noche, cuando fuera más fácil. Llevamos perros para peinar el área. La policía local aportó datos de un par de ex convictos que vivían en las inmediaciones y podrían estar involucrados.
La ambulancia se encontró a menos de una milla de la casa que señalaban los perros.
Rodeamos el área y luego de recibir la orden judicial, entramos. El dueño de la casa negó toda complicidad y fue arrestado para averiguaciones.
Había vuelto a escapar inexplicablemente. Lo seguimos con los perros hasta que perdieron el rastro.
Ya estaba oscureciendo cuando recibimos noticias de cinco asesinatos cometidos con idéntica modalidad, a cinco prostitutas rubias –que parecían realizados por la misma persona-- en cinco distintos puntos del territorio, a cientos de millas unos de otros, a la misma hora y aún el líder de la banda seguía desaparecido.
Volví a concentrarme, ya era de noche, la búsqueda continuaba ahora con más efectivos e instrucciones precisas. El tipo quería pasar a Canadá, era su única vía de escape posible. Pedí por favor, que reforzaran las medidas de seguridad en todos los pasos a Canadá, ríos y caminos, sobre todo, los menos transitados.
Cuando me pasaron los partes, en seguida me di cuenta que se había filtrado disfrazado.
En uno de ellos, decía que revisaron a un anciano andrajoso, algo sucio y temblón, con documentación canadiense en regla, que llevaba mantas y ropa vieja, a lomo de burro y después de revisar cuidadosamente la carga, lo dejaron pasar. El hombre cojeaba notoriamente.
En Canadá, rastrillaron la zona, pero era lógico, que ya había adoptado otra fisonomía.
Transcurrieron tres meses sin que pudiéramos obtener pista alguna de su paradero y no hubo otros crímenes durante ese lapso.
Entonces, comenzaron a haber algunos robos con asesinato con total saña y alevosía --para aterrorizar y someter a las víctimas, más fácilmente. Les gustaba la notoriedad, así que empleaban siempre la misma táctica y robaban cinco lugares parecidos, primero fueron cinco gasolineras, luego cinco pequeños bancos de pueblos alejados, en sitios distantes, siempre todos al mismo tiempo. Pasaron otros seis meses y ya se habían sumado otras cinco o más personas al equipo y el canadiense no había dado señales de vida aún, pero se sospechaba que seguía dirigiendo la organización.
Luego, pasaron a atacar bancos y casas de cambio de mayor jerarquía y volvieron a asesinar prostitutas rubias de a cinco por vez, lo que parecía su pasatiempo preferido, las secuestraban, las sometían a mil tormentos y finalmente, las asesinaban, siempre de la misma forma.
Por más que me concentraba, no podía imaginar o soñar dónde iban a operar la siguiente vez, ni por dónde vivían o cuál podría ser la manera de atraparlos sorpresivamente. Trataba de dormir para soñar y visualizar alguna pauta que fuera útil para la investigación. Me sometí a hipnosis, pero también fue inútil. Llevaba varias semanas sin conciliar el sueño.
Tendimos redes de policías encubiertos que aparentaban querer sumarse a la banda que ya tenía fama internacional. Para vender más papel, ya el periodismo les había dado nombres rimbombantes, como “El Asesino Ubicuo”, “La Banda Invencible”, “Los Asesinos del Bisturí” o “Los Médicos Homicidas”, porque cometían todos los asesinatos utilizando un bisturí idéntico todas las veces y practicaban cortes muy precisos, como haría un cirujano. Hasta se llegó a pensar que todos eran médicos o profesionales de la salud, por la gran pericia para matar rápida y efectivamente, después del sometimiento y la tortura previos, realizados celosamente, de igual manera en todos los casos. Ellos seguían pretendiendo aparentar que se trataba de una sola persona capaz de volar de un sitio a otro y estar en todas partes al unísono. Cuando ya no veíamos la luz al final del túnel, una noche en la que caí rendido en un camastro de la jefatura, volví a soñar sorpresivamente con el mismísimo Renier Campbell, alias “El Canadiense”, también apodado “El Francés” o “El Gordo”, el tristemente famoso jefe de la banda, que reía sacudiendo su panza satisfecho, mientras bebía copiosamente, en el bar de un famoso hotel de Las Vegas, donde solía juntarse lo peor del hampa de Nevada y los estados vecinos. Vestía completamente de blanco, con sombrero de Panamá, lentes oscuros y lucía gruesos anillos, collar, reloj enorme y pulsera de oro. Otros ocho hombres y varias mujeres lujosamente desvestidos, ocupaban sillones de varios cuerpos y sofás de cuero, compartiendo chistes groseros, dando risotadas ordinarias y con modales de mal gusto, comiendo presas de carnes y aves con manos grasientas, mientras daban cuenta de numerosas botellas de licores de todo tipo y color. Mi presentimiento me decía que esto estaba ocurriendo en ese mismo instante y no había tiempo que perder.
En seguida despachamos efectivos encubiertos hacia el lugar, a fin de no espantar a la banda, los rodeamos cuidadosamente y una vez cumplidos los imprescindibles requisitos judiciales, entramos al recinto privado del bar, que les había sido adjudicado a los bandidos.
Cuando nos vieron, comenzaron a disparar sus armas inmediatamente, hiriendo a dos de nuestros hombres, pero quedaron encerrados sin escapatoria posible.
Previa consulta con la gente del FBI, me permitieron la función de mediador, ya que tenía el mismo origen canadiense y me iba a ser mucho más fácil parlamentar con el gordo, también canadiense, diplomáticamente, en su propio argot Québécois, hasta que logré que se entregaran, no sin prometerles algunas prerrogativas que creí indispensables, preservando en parte, la imagen del insolente criminal, a fin de terminar de una buena vez el asunto, sin más pérdidas humanas. Así que no hubo periodistas ni fotógrafos presentes, lo cual me alegró, porque la prensa contribuyó a la celebridad de los pillos que obtuvieron mucha ayuda del populacho, que los protegía inexplicablemente y así era como también les resultaba tan sencillo engañar y someter a sus víctimas.
Todos fueron convictos con penas vitalicias multiplicadas por la cantidad de crímenes cometidos. Solo uno de ellos, que no había participado más que en un ataque a una gasolinera sin cometer asesinato, tuvo una pena de quince años y salió cinco años después, o sea, la semana pasada, por buena conducta.
Yo ya no estoy trabajando y no me incumbe, sin embargo, me pregunto si el asesinato de esta mañana en Scofield, Utah, a una prostituta rubia, no habrá sido obra de este tipo, el único que quedó libre y que sabía los detalles exactos del modus operandi de la banda, evitando huellas y teniendo en cuenta todos los recaudos.
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