Felipe salió del hospital caminando muy despacio. Bajó la larga escalinata como en trance. No podía pronunciar la palabra, pero la repetía en su mente, como tratando de acostumbrarse a la idea: “cáncer”, “cáncer”, “cáncer”. Los dos médicos que lo atendieron le dijeron más o menos lo mismo: “Menos mal que vino a tiempo, deberá seguir el tratamiento y hacerse chequeos periódicos, si sigue las instrucciones al pie de la letra, lo más probable es que deje este mundo por otras razones y no por esta enfermedad. Ha sido controlado a tiempo, quédese tranquilo.” Y el tipo se repetía estos conceptos, aparentando la mayor tranquilidad, porque ahora tendría que ir a casa y contarle a su mujer. Cómo lo tomaría ella? Ella es muy guapa y optimista, seguramente tendría palabras de aliento y confianza.
Tomó el colectivo en la esquina de enfrente del hospital, se sentó junto a una ventanilla. El sol le daba en la cara. Miró el reloj: eran las 10:30 de la mañana. Llevaría una botella para “celebrar” y una baguette de la panadería de la vuelta de su casa.
María estaba barriendo la vereda y charlando con la vecina. Cuando lo vió, dejó la escoba y corrió hacia él. El le dedicó su mejor sonrisa, pero algo denunció su ansiedad, porque María le preguntó visiblemente preocupada: “Qué pasó, que te dijo el médico, los exámenes dieron bien?”
Felipe le dijo todo de un tirón, para sacárselo de encima. Una frase larga, pero directa: sin disfraces, ni tapujos. Ella se llevó la mano a la boca y sus ojos denunciaron sorpresa y temor. Le dijo: “--Vas a pedir una segunda opinión?” y él le contestó: “—No, no hace falta.”
Ella lo tomó del brazo, de paso agarró la escoba y sin despedirse de la vecina, entraron en la casa caminando despacio. María, con un nudo en la garganta, le preguntó sobre los cuidados que tendría que tener y quedaron de acuerdo que todo iba a salir bien.
Pasaron tres meses, hasta que el tratamiento, que daba resultado, pasó a ser una rutina más y ambos cobraron confianza.
El pidió una licencia de un mes, que le dieron en seguida, con goce de sueldo, porque hacía tres años que no usaba el beneficio. Retiró dinero de los ahorros y compró pasajes para algunos lugares que su esposa hacía tiempo le pedía conocer. Llamó a sus dos hijos y les avisó que se iban… les pidió que vinieran esa noche y les explicó todo con un café delante. Lo tomaron con naturalidad, le dieron un abrazo fuerte y se despidieron con alguna lágrima por salir.
El sábado siguiente partieron a la Terminal. Un ómnibus los llevó en 19 hs a Bariloche. Fueron al hotel y después de dejar las cosas en la habitación y darse un beso, fueron a desayunar.
Se les ocurrió que había un sin fin de cosas que querrían haber hecho durante todos esos años desde que se casaron y ahora era el momento de hacerlas todas juntas y divertirse a rabiar.
El se dijo: “Hoy es el primer día del resto de mi vida y todo tiene que cambiar, voy a empezar a vivir como corresponde, como siempre debí haber vivido: andar más tiempo en jeans, descalzo, comer helados más seguido, salir a bailar los fines de semana, comer las comidas que me gustan, sin fijarme en tantos detalles que me echaban a perder las ganas. Voy a hacer una fiesta e invitar a todos los amigos –siempre quise hacer esa fiesta para que se conozcan unos a otros y nunca me decidía.
Me voy a comprar algunas pilchas que me gustan y no compraba por no gastar, para qué tengo las tarjetas!? La vida todavía puede ser maravillosa!"
No hay comentarios:
Publicar un comentario