Omar, el escultor, se
levantó muy entusiasmado, aquella mañana de principios de enero y marchó con el
camión hacia las canteras.
Es por todos sabido, que en
Brasil, donde se desarrolla esta acción, una enorme cantidad de personas vive
preparándose todo el año para el tiempo de Carnaval. Y Omar, tenía el fuerte presentimiento,
de que esta ocasión iba a ser extraordinaria.
Al atravesar el pueblo,
hacia los yacimientos, se asombró de ver tanta gente practicando los desfiles de Carnaval. En medio de gran alegría
bullanguera, se escuchaban
entremezcladas, las nuevas canciones y las de los viejos tiempos.
Apenas vio los enormes bloques de
granito negro azulado, estuvo
convencido que, bien pulido, quedaría estupendo.
Eligió la fracción más pura del mejor de ellos
y la hizo cargar en su
camión.
Tenía sueños recurrentes,
en los que veía un hombre moreno alto, que cantaba y tocaba el tambor. Le
cautivaba ese ritmo africano que llevaba en su propia sangre y quería
corporizar la imagen de su retina, en la gran piedra, para compartirla en esas
fiestas.
Al ver algunas fotos
viejas, se dio cuenta de inmediato, que el personaje de sus sueños, no era otro
que su propio abuelo Shadi, padre de Yamila, su madre.
Aquella lejana noche, hacía
cuarenta años, durante el funeral del
anciano, que pasó de un sueño al otro, Lucila,
la adivinadora del pueblo, había profetizado que el alma del viejo se encarnaría en su nieto, nacido a
la misma hora.
En el taller había otras
esculturas, que serían entregadas para la apertura del carnaval. El decía
que la del tamborilero era
solo para darse un gusto, sin embargo, se dio cuenta que era una misión
impostergable!
Veía al alegre personaje,
de tamaño real, cantando y danzando,
batiendo el parche africano, como lo había visto en sueños y ensueños durante
las últimas semanas.
Aplicados a la pared
principal de su estudio, había dibujos con perspectivas bien delineadas, de la
que sería su obra. El tamborilero le miraba con una sonrisa que parecía
decirle: “—Y, gurí, ¿cuándo empezamos?”
Apenas fue depositada la
negra roca pesadamente en el centro del
taller, donde confluía la luz de los tres ventanales, comenzó muy emocionado, a
quitarle golpe a golpe lo que le
sobraba, a fin de descubrir al tamborilero escondido allí.
Omar quería exhibir la
pieza en el jardín del frente de su
casa, a tiempo para la inauguración del gran festejo, que coincidía con la fecha de su
cumpleaños.
A medida que la obra iba
tomando forma, seguía averiguando acerca del viejo Shadi ("cantor", en árabe). Su madre, le mostró el tamboril preferido
del abuelo, para que lo copiara.
Entonces, comenzó a ejercitarse con el
instrumento, tal como lo veía en sus sueños, escuchando los mismos tambores y
tonadas africanas, en el viejo fonógrafo de la familia.
Cuanto más hondo calaba el
cincel y el granito iba tomando poco a poco, la forma del abuelo, Omar
sentía un asombro y frenesí
inusitados, al sentir en su propio cuerpo una metamorfosis asombrosa y temible: el mismo se iba pareciendo cada vez mas a su abuelo, con su entusiasmo, alegría, cabello ensortijado, nariz
roma, labios gruesos y pómulos salientes.
Al principio, Yamila no
daba crédito a sus sentidos y
pensó que imaginaba locuras. Sin embargo, a medida que pasaban las horas, se hacía más
evidente la inusitada transformación También su voz
era más grave y cantaba las canciones de Shadi
en portugués y otras en su dialecto africano, aunque nadie se las había enseñado!
Esa última semana previa al
carnaval, hubo tormentas eléctricas que dieron un marco atemorizante a la
escena de esa mutación ya ineludible.
Una vez perfectamente
pulida la pieza, reflejaba destellos índigos mágicos a su alrededor. Con
extremo cuidado, la colocaron en el jardín, al frente de la casa, al ponerse el
sol.
Entonces, cuando los
acordes de una vieja canción de
carnaval invadieron el ambiente y la primera comparsa irrumpía en la escena con
gran algarabía inaugurando la
fiesta, el abuelo, en medio de un estruendo que lanzó pedruscos negros por
todos lados, se desprendió de la piedra… y en carne y
hueso, comenzó a bailar rítmicamente, uniéndose a la comparsa.
Al unísono,
naturalmente, el nieto petrificado, ocupó el lugar vacante en la negra roca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario