El viejo John ya estaba lento, algo ciego y sordo, entonces Rosh, el duende que habitaba en su casa fue cobrando confianza. A veces comía de su propio plato sin que aquel lo notara.
A Rosh le encantaba la torta negra que Doña Alice, la hermana de John, le horneaba de vez en cuando. Ella la escondía bajo llave, en un bargueño labrado, que sus abuelos, habían traído de Gales en el barco, junto con otros muebles de roble, hacía ciento cincuenta años.
Alice estaba segura que los duendes habían venido con sus abuelos y que jamás se irían, porque eran celtas fanáticos y no se adaptaban a costumbres distintas. Conocía sus malos hábitos de esconder las cosas y a veces, volverlas a su lugar luego. También parecían invisibles, se sabían esconder, pero no podían evitar reírse o dar pequeños gritos cuando la gente grande los buscaba, generalmente estaban de buen humor y solía escuchárseles cantar en las noches de luna de verano o insultar en medio de una tormenta.
El enano se quedaba escondido, montando guardia hasta que John degustaba el manjar, porque a veces, se olvidaba de esconderlo de nuevo en el bargueño y el gordo geniecillo, silenciosamente, se despachaba a gusto.
Rosh se había tenido que mantener célibe desde que embarcó a América, tuvo una novia en el viaje, pero ella se quedó con toda su familia en otro pueblo grande, un gran puerto llamado Santa María de los Buenos Ayres. Y luego hicieron una larguísima travesía en carretas de bueyes, hasta que llegaron a la hermosa región donde ahora está ubicado el pueblo de Gaiman, en el Chubut.
La que había sido su compañera en Gales, no había querido subir a la nave que iba a América, tenía pavor al mar y a los barcos y no quería separarse de sus padres y demás parientes. Las elfas de Chubut –que eran muy escasas- estaban todas casadas. Por eso, para no seguir quedando solo, el solitario Rosh, soñaba con la hermosa marioneta rubia, de ojos celestes y labios rojos, que tenía Alice y cuando podía, se la robaba, pero después le daba miedo, porque Alice se ponía a buscarla desesperada y aunque nunca había visto al duende, le gritaba que lo iba a encontrar y hervir en aceite. Entonces Rosh, con sumo cuidado, la devolvía a su lugar.
Una prima lejana de Rosh, que sabía realizar encantos y brujerías especiales, podría darle vida a la muñeca, para que el elfo pudiera por fin, tener otra vez una compañera, pero su prima no le hacía caso, porque ese tipo de hechizos le daba muchísimo trabajo. Debía concentrarse durante más de una semana de ayuno, sin poder dormir y terminaba con un fuerte dolor de cabeza.
Después de comer opíparamente de la torta negra, Rosh se quedó dormido y tuvo deseos de raptar a la muñeca y no devolverla más, pasara lo que pasase. Luego obligaría a su prima a darle vida y otorgarle dones y virtudes especiales.
Rosh sabía que este era el mejor momento para el conjuro –esa era la noche negra de luna nueva. Tomó a la muñeca y a través de unos tortuosos túneles secretos que solo los duendes conocían, se dirigió a la casa donde habitaba su prima, escondida en lo de otra familia galesa, apenas a 100 yardas de distancia.
Cuando lo vio venir, la prima se ocultó muy bien, convirtiéndose en cucaracha, pero Rosh la reconoció, le echó sal gruesa y una maldición para que se quedara así para siempre, si no lo ayudaba a realizar la metamorfosis del títere en mujer-duende. También le prometió mil favores si lo ayudaba en esta ocasión. Accedió refunfuñando entonces la evasiva parienta y durante los siete días siguientes al de la luna nueva realizó los conjuros y gestos secretos, encerrada a solas con la marioneta, en un cuarto en tinieblas por el incienso y las gruesas cortinas negras. Le dio un nombre oculto de elfa, que no sabemos, le fabricó una historia-memoria detallada, una edad de 40 lustros y le trasmitió conocimientos, inteligencia, clarividencia y don de lenguas. Luego la roció con ungüentos brujos para imbuirle un gran amor y la muñeca convertida en elfo, despertó tranquilamente, ya que todo le resultaba familiar. Finalmente, se la presentó a Rosh y ambos se unieron como pareja comprometida.
Lo que nadie sospechaba era que la ex muñeca nació con otro don, que le dio Brighid, la diosa celta de la metalurgia, la poesía y la terapia, que siempre sabe todo lo que sucede con cada uno de los miembros de su estirpe. Por esa gracia, la recién nacida, de 200 años de edad, se convertía en adivinadora y sacerdotisa del amor y la poesía y podía presentarse ante la gente del pueblo sin temores, porque el miedo es lo contrario al amor y ella se había enamorado de Rosh, que también la adoraba entrañablemente. Por esa pasión, Rosh se hizo osado y valiente.
Ambos sabían que en esas regiones del mundo también existía gente pequeña y acordaron buscarlos, les enseñarían virtudes y dones únicos, para que ganaran confianza y animada actitud.
Rosh le llevó a Don John, una torta negra galesa que cocinó su nueva esposa y otros regalos –entre ellos un par de anteojos– para compensarlo por todas las porciones de torta negra que le había estado robando durante tantos años y se amigaron.
Hicieron una gran fiesta donde duendes y grandes fueron invitados y la alegría cundió por todo el valle y la montaña.
Se asociaron y empezaron a fabricar tortas, tartas y postres, haciéndolos muy famosos más allá de la región. En las bodas, los novios se llevan una torta negra con frutas que dura hasta un año entero, siempre en buen estado y deliciosa… tal vez tienen un conjuro especial que las hace durar tanto.
Tú también puedes ir a visitarlos, probar las tortas y no te asombres si ves algún duende por ahí, por las dudas guardá muy bien tus cosas, no sea que te hagan alguna diablura…
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