La semana anterior le habían encontrado
un cáncer, con diagnostico reservado. Al mismo tiempo, su mujer lo había abandonado,
justo antes de que cumplieran las bodas de plata y se había largado de la casa
con sus pequeñas hijas gemelas, que eran la alegría de su padre. Ese
departamento y un pequeño auto, fue todo lo que pudo
comprar después del reparto. Juan tiritaba. Por un momento pensó encender la estufa pero la curiosidad ganó. Pasó la mano por la zona viscosa con cuidado, era fofa, el dedo se hundió fácilmente en ella. Luego
introdujo lentamente dos dedos, luego la mano y finalmente el brazo. Tenía una sensación
de agradable calor, en medio del frío del departamento, así que a
pesar de sus temblores de miedo y frío, introdujo una pierna y por último, agachándose, pasó al otro lado. Lo
que vio lo dejo mudo.
Había una playa desierta, dunas de arena, un cocotero, palmeras, mucho calor
y al fondo, el mar, que lo invitaba a zambullirse entre las olas. Y lo hizo. Se zambulló sin
pensarlo dos veces. Camino chapoteando por la orilla, luego comió
algunas frutas y sintió que la vida también podía ser hermosa. Luego, se tiró a
descansar en medio de una paz inmensa, que hacía mucho tiempo que no sentía. Finalmente, después de mas de dos horas de recorrida y otra de reparador descanso, quiso volver a su departamento. Todo esto era tan extraño,
que se preguntaba si estaba en medio de un sueño demasiado real. Volvió junto al
cocotero que vio al llegar y a la superficie viscosa en medio de las dunas de
donde había salido y volvió a entrar confiadamente en ella.
Lo que encontró no fue el
corredor interno de su departamento, sino una plaza, una estación de tren ultra
moderna al aire libre y gente que pasaba por ahí enfundada en ajustados trajes de
colores, parecidos a los que usan los deportistas, pero con mas bolsillos y
aparatos, algunos con patines muy rápidos, especies de autos que volaban. Juan aun estaba con el pijama de invierno con el que se había levantado
aquella increíble mañana invernal, mojado por el chapuzón en las olas, sucio de arena y gelatina, desentonando
con la vestimenta pulcra, brillante y moderna de algunos transeúntes, que unos
pasos más lejos, se juntaban a mirarlo con curiosidad, mientras otros apurados, mostraban total indiferencia.
Un minuto después, se acercó volando una
nave parecida a un helicóptero, aunque sin aspas, ni hélices, ni chorros… pero milagrosamente,
volaba y se estacionó a diez metros de donde él, con la boca muy abierta,
se encontraba parado.
Un tipo alto y fornido, en ajustado traje azul y plata, se
acercó cuidadosamente y le preguntó en un idioma que no era ingles, ni español,
ni otro que Juan conociera y sin embargo, asombrosamente, le entendió
la triple pregunta: Que hace aqui, como se
llama y en que lo puedo ayudar. Juan le contesto temblando, que no sabía lo
que le pasaba, ni donde estaba y que se llamaba Juan Vistas.
El personaje cambió algunas
palabras con alguien más que no estaba allí y tomando
gentilmente del hombro a Juan, lo invito a subir al aparato tranquilizándolo con amabilidad. Ni bien se sentó,
lo sujetó un cinturón de arriba abajo y otro por la cintura y la nave se lanzó a volar
sin más trámite. Nadie parecía estarla tripulando y Juan, muy curioso,
miró hacia abajo. Era innegable que aquello era Buenos Aires, pero al mismo
tiempo resultaba incomprensible que hubiera cambiado tanto. Lo que más le extrañó
fue ver la zona del riachuelo, convertida en una serie de balnearios bordeados
de palmeras y árboles frutales, barcos anfibios aerodinámicos y edificios asombrosos
cuya arquitectura se asimilaba con la naturaleza, de manera inusitadamente bella y armoniosa. Los edificios tenían terrazas ajardinadas y
ellos fueron a dar a uno que tenía un pequeño huerto con cítricos y un estacionamiento donde fácilmente se acomodó el raro artefacto
volador. Inmediatamente, se deslizó a su interior desplazándose en una cinta
que lo introdujo en un recinto acolchado, donde un robot de apariencia
femenina, lo desvistió, lo auscultó y lo
revisó de pies a cabeza en segundos. Encontró un tumor en el hígado, que se veía notoriamente
en la pantalla y que desapareció claramente ante sus ojos, mientras el robot le pasaba una especie de linterna roja por la zona afectada. Luego le colocó dentro
de un traje aireado que le suministró la temperatura justa para sentirse cómodo
y lo sentó ante un video, donde le volvieron a preguntar quién era,
de dónde venia y que buscaba. Juan respondió su nombre completo, domicilio,
fecha de nacimiento, edad y ahí cayó en la cuenta que estaba en julio de 2092.
Esa era la fecha de hoy, en la pantalla que tenía en frente a sus narices. El había
nacido en 1953 y tenía entonces 139 años, aunque parecía tener 55. También se
dio cuenta que los entrevistadores se habían percatado que esto no concordaba.
El gran temor de Juan fue, en ese momento, que no le creyeran y lo encerraran por loco. Entonces le hicieron la pregunta: Desea volver al pasado o quedarse?
Que habrá contestado Juan?
Vos, en su lugar, que harías?
Que habrá contestado Juan?
Vos, en su lugar, que harías?
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