Hacía un año que me hijo había desaparecido
misteriosamente, sin un rastro, sin razón aparente. Dimos vuelta medio mundo
para encontrar alguna pista. Nadie sabía nada. Justo cuando habíamos perdido
muchas esperanzas y estábamos desconsolados, apareció esta llamada intrigante,
algo absurda, a las tres de la madrugada, en medio de una tormenta invernal.
Tuve que recorrer 194 Km hasta ese lugar inhóspito, llamado Iturralde, unas
casas derruidas, sin nadie que brinde indicación alguna. Deje encendidas las
luces del auto, hice sonar la bocina y espere durante media hora como me habían
indicado. El auto estaba enterrándose en el barro del viejo sendero. Quise dar
marcha atrás y se empantano más aun. Pedí auxilio con el teléfono celular.
Después de dos horas y media, llego el auxilio. Durante todo ese tiempo, nadie
se acerco ni llamo por teléfono. En el camino de vuelta, me pareció que un auto
me seguía, pero luego cambio el curso de su trayecto. Volví a casa intrigado y
agotado por la espera infructuosa. Pasaron dos meses, otra vez la misma persona
volvió a llamar, esta vez fue más comunicativa, se disculpo por no haber
acudido a la cita anterior, argumentando que lo estaban siguiendo y no quería
involucrarme. Me dijo que Juancito estaba bien, que progresaba en el colegio,
que estaba con una familia de Santiago del Estero, que tenía otros dos hijos
(una niña y un varón) que vivían en el barrio de Ituzaingo, en la zona oeste de
la Provincia de Buenos Aires. Para convencerme de su autenticidad, agrego que
Juancito tenía una pequeña mancha de nacimiento color rosa en forma de trébol
en el hombro izquierdo. Algo que nadie sabía. Me pidió que no intente buscarlo
por esa zona porque podrían hacerle daño a mi familia y a mí. Estaban por
encontrar a los jefes de la banda que habían raptado a más de treinta niños y
si nosotros despertábamos sospechas, podrían huir y no los iban a poder capturar.
Durante varias noches no pude cerrar los ojos. La madre estaba enloquecida,
pero no podíamos hacer nada. No confiábamos en nadie, a nadie podíamos
consultar. Pasaron otras dos semanas. El hombre, que se hacía llamar Pedro,
volvió a llamar, esta vez me dijo que ya estaban cerca, que muy pronto me
volvería a llamar con buenas noticias, que me mantuviera tranquilo.
Esa semana no fui a trabajar, estaba loco y no se me
podía hablar.
Pasaron varios días sin recibir noticias de Pedro.
Al noveno día de la última llamada, apareció Pedro con mi
hijo, en la puerta de mi casa. Hacía casi un año que no lo veíamos. El se
acerco como si nada hubiera pasado y nos dio un abrazo a cada uno y se fue a su
cuarto, como si hubiera venido del colegio. Los médicos lo revisaron, estaba
entero, sin traumas ni problema alguno.
Atraparon a la banda completa, pero solo encontraron a
Juancito y dos chicos más. Todavía seguían indagando acerca del resto. Los
niños eran raptados y vendidos a familias ricas poco escrupulosas, que
generalmente, querían tener más hijos pero no podían tener normalmente por
algún motivo físico o mental y pagaban generosamente sin preguntar origen ni
motivos.
A los chicos los engañaban fácilmente. Los padres no
cuidan a sus hijos todo el tiempo como debieran y es muy sencillo raptarlos al
salir del colegio, al venir a casa desde lo de un amigo, al estar jugando en la
vereda, sin vigilancia.
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