miércoles, 25 de abril de 2012
V e r d a d e s
Hacía una semana que estaba en su casa, desde que lo trajeron del hospital. Como secuela, tenía amnesia. No recordaba nada del accidente ni de su pasado.
Le dijeron que viajaba en una limousine con chofer desde el Sheraton, con destino a un resto de Puerto Madero, donde nunca llegó. El chofer murió instantáneamente.
Y ya hacía un mes de eso. Se salvó milagrosamente, después de un politraumatismo que lo dejó en coma durante dos semanas. Luego, perdió el conocimiento un par de veces. Le hicieron rehabilitación durante tres semanas.
Caminó con muletas por una semana y luego tiró muletas y bastón y asombrosamente, a los pocos días podía correr largos trechos como si no le hubiera pasado nada. El médico que lo atendía estaba muy asombrado.
Según el documento, su nombre era Honorio Rodríguez Solís y tenía 70 años, aunque no los representaba. Su memoria no le decía qué le había ocurrido últimamente. La que dijo ser su ama de llaves lo atendía con eficacia. Estaba trabajando para él desde una semana antes del accidente, así que no fue de ayuda para recordar.
Según su pasaporte, viajaba mucho a Brasil, Japón y Estados Unidos. Nadie sabe si iba allí por trabajo o por placer..
Supo que había estado hospedado en el Sheraton para unas jornadas de medicina alternativa, pero no sabía a donde se dirigía cuando tuvo el accidente.
La amnesia persistía, pero tenía algunos destellos de recuerdos que querían tomar forma y sueños recurrentes. Soñaba con una hermosa mujer morena y con un hombre negro joven, pero de barba blanca que parecía ser el anfitrión o jefe de una tribu en una isla tropical. Esto, de alguna manera le sonaba extraño pero no del todo.
En su billetera había dinero como para vivir todo el mes y dos tarjetas del Banco de la Nación Argentina.
En un cajón de su escritorio encontró una llave y buscando por toda la casa, rompiendo empapelados, golpeando paredes, finalmente, encontró un cofre de seguridad en el suelo, debajo de una mesa, oculto por una gran alfombra,. Allí había pasaportes de Argentina, Brasil y EEUU, algunas tarjetas de crédito, una libreta con números de cuentas de bancos de Buenos Aires, Río de Janeiro y Tokio, en pesos, dólares y euros. También encontró una agenda con direcciones y teléfonos, que iría investigando.
Un chispazo de memoria lo dejó verse en Tokio frente a un vicepresidente del Tsumitomo Bank, Toshiro-San, que le sonreía con cortesía. Y descubrió que podía hablar algo de japonés y pensar en inglés y portugués.
En la casa encontró un equipo de fotografía digital y vio que lo podía operar con facilidad.
En su ordenador había archivos y fotos para seguir comprendiendo mejor todo acerca de sí mismo y ayudarse a recuperar la memoria.
Pudo ver que era fotógrafo y escritor, pero luego de ojear los artículos que escribía vió que era médico oncólogo. Estaba jubilado de vacaciones. Leyendo los mails no encontró nada anormal, salvo que parecía no tener parientes cercanos, sino tan solo amigos profesionales de fuera del país.
Comenzó a ir a un gimnasio, a bajar peso y más chispazos de memoria iban surgiendo.
De pronto pudo recordar mejor a la misma hermosa mujer morena de sus sueños que lo abrazaba en la realidad.
Así que preguntó a la agencia de viajes que figuraba en su agenda, cuáles eran los destinos más frecuentes que visitaba. Le dijeron que en Brasil y averiguó que viajaba asiduamente con la señora Alcira Gonçalves. Buscando en la agenda, encontró nombre, dirección y teléfono. Ya había leído correos cariñosos de Alcira en su dirección de Internet. La llamó y arregló para verla en seguida.
Todo parecía normal, pero a él aún le faltaba algo, no sabía bien qué. Pensó que en Porto Alegre, podría juntar las puntas de la madeja.
Al día siguiente, ya lo esperaba Alcira guapa y sonriente en la sala de espera del aeropuerto internacional de Porto Alegre, Salgado Filho. El la reconoció por sus sueños y allí se aclaró gran parte del puzzle de su memoria. A ella le gustó su aspecto y le dijo que estaba más joven que el mes anterior.
Cuando le contó de los sueños frecuentes con ella y el joven negro de barba blanca en alguna isla tropical, ella le hizo sentar para contarle algo que él, evidentemente, no recordaba.
Ante una taza de café y un quindim , comenzó a hablar. Hacía nueve años, ambos vivían en Rio de Janeiro y viajaron de vacaciones a las islas del Pacífico Sur.
Cuando llegaron al hotel, el personal y los lugareños señalaban a Alcira como si estuvieran frente a un fantasma o una santa y algunos se inclinaban ante ella.
Al pedir explicación, el gerente del hotel les dijo que Alcira tenía un parecido extraordinario con una mujer sabia, que hacía veinte años, había salvado a su pueblo de una peste que diezmaba a sus habitantes sin compasión. Les daba una infusión de hierbas, les imponía las manos y en menos de dos semanas la gente se curaba. Pero hubo algunos personajes poderosos, políticos y dueños de laboratorios medicinales, que se pusieron nerviosos, la tildaron de bruja y finalmente, la asesinaron.
Mientras tanto, el jefe de la tribu del lugar fue a verlos al hotel, convencido de que Alcira era aquella mujer maravillosa y quiso verla. El jefe y su esposa, una joven bellísima, les regalaron unas plantas medicinales, que a su vez habían recibido en el pasado, de aquella mujer y que aseguraban, podían curar y hacer rejuvenecer a los viejos y los jóvenes no envejecían. El tenía 70 años y se veía como de 40, habiendo procreado 25 hijos y 42 nietos, con la misma esposa. La gente que consumía esta planta, en ensaladas, guisos o en infusiones, permanecía sana y mantenía su juventud. El jefe, así como la gente del hotel y otros allegados quedaron convencidos que Alcira era la misma mujer que dos décadas atrás había salvado la vida a cientos de las personas de su pueblo.
También les aconsejaron que se fueran, porque seguía habiendo una mafia infame que podría hacerles daño. Ellos continuaron su luna de miel en las Islas Seychelles, al sureste de África.
Ahora Honorio comenzó a recordar aquellos episodios y atando cabos, se dio cuenta que ellos habían estado tomando infusiones de aquellas hierbas durante años, tenían una parcela de su quinta de Río con esas plantas y varios esquejes fueron a parar a manos de parientes de Alcira, amigos y conocidos, algunos de ellos profesionales médicos y afines. La gente se curaba de distintas enfermedades. Alcira parecía ahora más joven que antes de comenzar a tomar ese té aromático tan agradable, e incluso Honorio había sospechado que su pronta mejoría del accidente podía haber tenido que ver con ese té tan promisorio, ya que ni él mismo, ni sus médicos se explicaban cómo había mejorado tan rápido de una situación tan catastrófica.
Entonces recordó que un representante de un famoso laboratorio de productos medicinales, le había amenazado cuando Honorio no aceptó su soborno y quiso hacer públicas las bondades de estas plantas que ellos prohibían. Más interesado que nunca, llegó a la conclusión que había muchas hierbas y arbustos medicinales prohibidos, capaces de curar las enfermedades más terribles, y lo que es peor, que a los laboratorios les interesa mantener viva por mucho tiempo a una población enferma que consuma sus inútiles medicamentos, solo para lucrar con ellos.
Entonces, se unió a un grupo de profesionales interesados en difundir estas verdades para sanar gratuitamente, o con costos bajísimos, en vez de gastar en operaciones y/o tratamientos innecesarios y costosos que hacían más daño que beneficio, como la quimio, radio terapia, etc.
Coincidentemente, uno de los detectives que aún estaba investigando el caso de su mal caratulado "accidente", descubrió que éste había sido intento de homicidio, después de haber confirmado sin lugar a dudas, las razones del "desperfecto" del automóvil que había explotado sin causa aparente.
Ahora sí, su memoria había alcanzado la plenitud y recordó lo molesto que estaba por las amenazas y las injusticias que perpetraban estos laboratorios, verdaderos asesinos con patente.
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