jueves, 26 de abril de 2012
Salía de noche...
Salía de noche, cuando todos dormían, le gustaba la paz y el silencio nocturno de la ciudad, que alguna vez, una patrulla o una ambulancia interrumpía. Se sentaba en algún café de los que permanecen abiertos, pedía un té y se ponía a escribir. Si el tiempo no lo acompañaba, se conformaba con la mesa y la computadora de la casa. Cuando llegaban los primeros atisbos de aurora, acudía a su cuarto, ponía música clásica en la radio con el volumen bajo y atrapaba el penúltimo sueño con gran placer.
No tenía ambiciones, el tiempo de los anhelos ya había transcurrido sin grandes logros, pero tenía su historia, viajes, hijos, nietos, árboles y libros.
Y ahora, estaba enamorado, otra vez. Una vuelta a empezar. El entusiasmo de la buena compañía le daba una enorme alegría a su corazón.
Aquella noche, se quedó dormido sobre la mesa del café y cuando lo fueron a despertar, su alma ya había volado y lo miraba de arriba, con esa cara indecisa que a veces tienen las almas de la gente buena, que parecía estar diciendo:--“vuelvo o no vuelvo?” Estuvo un rato así, mientras el mozo y el dueño del bar lo miraban consternados y finalmente, el alma volvió, después de haber vislumbrado aquella luz intensa detrás de las nubes.
Entonces, el cuerpo se despertó y pidió algo más fuerte. El mozo lo miró con pánico y salió huyendo. El dueño del bar le trajo la copita de coñac y el recién resucitado le contó lo que le había pasado y él le respondió sencillamente que sí, que había estado en el umbral del otro mundo, pero quiso volver, y le dijo: -Es que, estoy enamorado, sabe?
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