martes, 22 de enero de 2013
El Asiento
Llegó a la sala de espera y eligió un asiento mullido, redondo, de cuero, en el que se fue hundiendo lentamente. Parecía confortable, hasta que quedó absolutamente aprisionado, mientras sentía un feo olor a pescado. Luego, oyó un silbido extraño y en seguida, una gran cabeza triangular con ojos amarillos, brillantes, apareció desde abajo. Abrió una boca enorme con un aliento repugnante y sus dos colmillos escupieron sendos
chorros de un líquido viscoso directo a sus ojos, que ardieron más que el fuego. Quedó ciego, aterrado y todo le daba vueltas. Con insoportable dolor, estrujado y sofocado, iba perdiendo el
conocimiento, junto con los contenidos de sus vísceras. Lo último que alcanzó a escuchar fue el espeluznante estallido de sus huesos quebrándose. Luego, comenzando por su propia cabeza achatada, las enormes fauces lo fueron engullendo lentamente, aunque ya no sentía nada.
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