Tus labios,
rubíes de Thailandia,
recitaban estrofas
de amor consagradas...
De pronto nos miramos,
tus pupilas
fijas en las mías
brillaron emocionadas
y varios besos dulces,
cadenciosos,
anunciaron el comienzo
de una danza sin cordura.
Luego desperté agitado
y me hice a mí mismo
un juramento.
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