viernes, 27 de septiembre de 2013

DESENCUENTROS

Terminó finalmente de auditar el balance y plantó su firma. Eran las diez de la noche del viernes, noche apacible de plenilunio. Prometían ser unos hermosos días de vacaciones los que tenía por delante, o eso esperaba. El pronóstico del tiempo era bastante halagüeño para la época del año, un otoño que parecía verano.
Traer el auto al centro habría sido una locura, el tránsito estaba cada vez peor y a esa hora solía ir poca gente en el tren hacia El Tigre. Desde la oficina, ubicada frente a la Plaza San Martín, a una cuadra de la estación de trenes de Retiro, caminaba a paso tranquilo, respirando profundamente. Se acomodó en el penúltimo vagón, en un asiento donde había buena luz para leer.
Había tenido dos semanas muy complicadas con la visita de los directores de la empresa que llegaron de España de improviso, hacer de guía-anfitrión paseándolos por las parrilladas de la costanera, teatros del centro, tanguerías de San Telmo y museos de Buenos Aires había requerido gran esfuerzo. Luego tuvo que acompañarlos en avión a la bodega de Mendoza y no encontró un momento para pasar por su casa.
Pidió vacaciones para dedicarle tiempo exclusivo a su mujer que bien lo merecía y en unos días va a ser su cumpleaños, arregló la compra del auto que le gustaba, para hacerle una buena sorpresa. Y para completar, luego la llevaría al campo, o a Pinamar o del otro lado del charco, a Colonia o a Punta.
Abrió la novela que había estado esperando en el maletín toda la semana, no había tenido tiempo de terminarla. Fue leyendo despacio el último capítulo preguntándose resolvería el desenlace el autor. Tenía tiempo suficiente, doce estaciones, a unos tres minutos por estación, eran  treinta y seis minutos para llegar a Victoria. Los personajes eran complicados y de pocas palabras, no se llevaban bien entre sí y el “narrador” era el mismo asesino a sueldo contratado para ajustar cuentas, en ese momento, con un “cliente” que hacía meses que no pagaba la cuota de “protección”. “Si todos hicieran lo mismo, se termina el negocio, hay que tener mano de hierro, acá nadie se escapa” –decía el personaje. El asesino mostraba un particular sentido morboso del humor, así que habìa continuos malentendidos y situaciones dramáticas no exentas de originalidad. Este tipo de gente no habla, actúa drásticamente y el entorno entiende o muere.
El sabía que eso podía darle resultado a los mafiosos, sin embargo la gente normal debe conversar de forma civilizada para solucionar sus diferencias, Susana parece no entenderlo –reflexionaba- ahora yo debería ir a casa, pero ella está molesta por algo que no sé bien qué es, se empaca y no habla, no comprendo qué le pasa y lo que menos necesito en este momento es una discusión. Intuyo que está celosa, no comprende que mi trabajo lleva tiempo y debo cumplirlo, no es momento para descuidarlo y además, tengo que alternar con personas, algunas son mujeres, debo llevarme bien con todo el mundo, ahora prefiero tomar un trago y comer algo en el boliche, para no hacer ruido en casa y luego voy, para entonces estará dormida. Estoy hecho trizas y necesito un buen descanso. Durante esta semana larga tendremos tiempo para conversar y ver qué cambios podemos hacer para que se sienta mejor y nuestra relación vuelva a ser tan buena o mejor que al principio, también podríamos agrandar la familia, ella ya va cumplir treinta y cuatro años -continuaba diciéndose. 
En el bar vio a su primo Ismael al final de la barra con una linda rubia, pero no lo quiso distraer. Disfrutó despacio del churrasco con noisettes y cabernet y luego se encaminó al chalet en un remis
El auto no estaba estacionado en la puerta, y ya era medianoche, ella lo habría entrado al ver que él no llegaba temprano lo cual le molestó. Él también se molestó porque tenía miedo que le pasara algo a ella, si algún bandido la asaltaba al verla sola por más instrucción de defensa personal y de armas, que hubiera recibido de su padre ex-comisario, un poco de miedo no le vendría mal. Es cierto que Punta Chica parece tranquila, pero es peligrosa, por algo mantienen guardias permanentes patrullando.
Admiró los altos eucaliptos y pinos que bordeaban la casa y sintió ganas de tirarse en la hamaca a mirar la luna llena entre sus ramas pero prefirió ir a la cama y dormir tan profundamente como fuera posible. Entró despacio para no despertar a su pareja. Una ducha y a la cama –se dijo. No la oía respirar. Era evidente que estaba despierta pero ella tampoco quería hablar y mucho menos iniciar una discusión a esa hora de la noche, así que ella se hizo la dormida y él hizo como que creía que ella dormía.
Para entrar en su sueño, se puso a recordar la novela que estaba leyendo. Se compenetraba tanto cuando leía que se sentía como si fuera otro personaje más, era una vida paralela. El tipo que no había pagado la cuota de protección tomaba sol en la reposera del jardín de su casa construida entre robles y rosales en flor. Estaba tranquilo, era la hora del café de la tarde. Iba a levantarse cuando sintió un sacudón fuerte en el pecho que lo echó de nuevo en el asiento, luego un sabor amargo, vomitó sangre, se quiso incorporar y le fallaron las piernas, otra vez cayó sentado, miró el orificio de la bala justo en la tetilla izquierda y un chorro oscuro brotó de la herida, trató de detenerlo con la mano, sintió frío y un espasmo. Lo último que pudo ver fue al homicida que con una mueca de satisfacción, volvió a disparar, esta vez a la cabeza.
No fue bien elegido ese pasaje para conciliar el sueño y sin reconciliación no podía abrazar a su mujer como otras veces, en que se le cruzaba un mal pensamiento, no sabía en realidad, qué le pasaba, ni qué la había molestado, lo único que había dicho fue: “Vos sabés bien a qué me refiero” aunque el no tenía mucha idea. Susana estaba celosa de las empleadas y demás mujeres que visitaban la empresa y principalmente de su secretaria, aunque él creía que no le daba motivos. Sin embargo, ella tejía intrigas que la hacían sentir mal. El la llevaba a algunas reuniones para que viera que todo estaba bien, pero había sido contraproducente. Le había pedido a Alicia su secretaria, que le avisara a Susana que iba a llegar tarde porque hubo que despedir a los directivos que volvían a Europa. Además, él mismo la llamó tres veces pero no contestó y le dejó mensajes en el contestador. En la habitación oscura miró el reloj con agujas fosforescentes, ya era la una y no podía dormir. La almohada le resultaba muy espesa. Prefiero la más chata –pensaba- pero Susana también, así que tendré que comprar otra. Normalmente le habría pegado un par de puñetazos a la almohada pero ahora no podía hacer ruido ni movimientos bruscos, así que trató de ahuecarla en el centro, muy despacio. Susana seguía sin moverse, pensaba acercarse por detrás, abrazarla y besarle el cuello, eso le había resultado otras veces, pero no se decidió. Volvió a tratar de dormir. Esta vez se relajó mejor concentrándose en la respiración, contó sesenta escalones de una escalera de cristal que llegaba hasta la luna enorme entre los pinos, emergiendo del mar y más cerca, estaba la playa.
De pronto despertó inquieto, vio el reloj, eran casi las siete, ella no estaba en la cama… es sábado, qué raro –se dijo- es muy temprano, habrá ido al baño o la cocina… Echó un vistazo, ya no estaba, se había ido en el auto.
Entonces imaginó que ella no había dormido en toda la noche, tramando quién sabe qué pensamientos absurdos, y claro él estaba tan cansado que se durmió y no la escuchó cuando se fue. En la mesa de la cocina encontró una esquela: “No aguanto más, me voy a casa de mamá. No me llames.” Y no la llamó. Le mandó un mensaje por el celular: “Si quieres hablamos, no sé qué te anda molestando, estuve con mucho trabajo, me tomé franco toda la semana, hasta el otro lunes para ir al campo con vos. Si no me llamas me voy solo". El servicio telefónico le avisó que el mensaje fue entregado. Esperó. No hubo respuesta.
¿Cómo iba a viajar hasta la quinta sin el auto? Decidió ir a lo de sus suegros en uno de alquiler a arreglar el lío. Si no lo lograba, iría a cazar perdices y hacer un buen guiso allá afuera. Tal vez podría invitar a sus sobrinos que aceptarían encantados. Llegó, no había nadie, no estaba el coche y su mujer no atendió el celular.
Entonces pensó: ¿Y si llamo a Alicia y le pregunto si pudo avisarle que llegaría tarde y qué fue lo que habló con Susana? Sé que a Alicia le encantaría que yo me divorciara, a veces lo dice en broma a ver cómo reacciono… ¿Y si esta loca le dijo algo que molestó a Susana y por eso está tan mal? No puedo creer que haya hecho algo así, mejor la encaro personalmente en la oficina después de esta semana de vacaciones, aunque por otro lado no quiero que Alicia se entere cada vez que tengo discusiones con Susana.
A todo esto ya era mediodía. Cambió de planes. Compró otra novela en el kiosco y un trozo de asado en el mercado justo antes de que cerrara. Estaba asando la carne cuando llama Susana para que vaya a conversar. Yo ya fui –le dijo-- y no estabas, ahora estoy ocupado con la parrilla y preparando la ensalada- y le pidió que viniera ella, que tenía el auto. No quiso y se volvió a molestar. Sábado, domingo y quizás toda mi semana de vacaciones peleados y sin una verdadera razón –seguía diciéndose. Comió unos bocados a desgano. Trató de leer la novela y no pudo, estaba angustiado. Meditó un rato, se concentró en la respiración y el aroma de  los eucaliptos para calmarse. Algo más tranquilo, fue de vuelta a lo de los suegros. Otra vez no había nadie. La llamó al celular y no contestaba, no le quiso dejar mensaje. Ya no sabía qué hacer. Volvió a llamarla y tampoco contestó esta vez -¡Me divorcio, ya estoy harto de sus estupideces!- y con toda la rabia, ahí sí le mandó un mensaje diciendo esto.

Volvió a la casa, comió algo aunque el asado se había enfriado y la ensalada estaba marchita, tomó un vaso de vino. Un vecino había juntado ramas y frutos de los eucaliptos y los quemaba junto a los árboles del frente. Empezó a leer de nuevo y se adormeció tranquilo en la silla de Viena, acunado por la brisa y el aroma que llegaba del bosque, mientras el sol lo abrasaba suavemente y sintió ganas de tomar café. De pronto se sobresaltó ante los gritos de Susana que lo insultaba. Todo sucedió tan rápido que no sabía si soñaba o aún estaba dentro de la novela. ¿Que trae Susana, una taza de café? No, ¡dios mío!, sintió un golpe en el pecho y amarga la boca, escupió sangre, miró el orificio junto a la tetilla izquierda y el chorro que brotaba a borbotones no era oscuro, al sol de la tarde se veía rojo, trató de contener la sangre con la mano, sintió frío. Susana, enloquecida, le había disparado con la Beretta de su padre. ­­­­­

Cuentos del Ayer

Siendo niños, a veces mi padre nos sorprendía después de cenar con alguna golosina y un cuento, así que había que lavarse los dientes, estar bien tapados en invierno y disponerse a escuchar.
En aquellos días vivíamos en el barrio de Pocitos, en Montevideo, en una casa de altos, con veinticuatro escalones que yo subía con cierta dificultad cuando volvía del jardín escolar. Luego fui haciéndolo con más facilidad, los trepaba de a dos o tres en mi adolescencia y los bajaba de a cuatro o cinco.
Ya casado y con hijas, era yo el que contaba los cuentos en otra casa, en el barrio de Punta Chica, Partido de San Fernando, en la Zona Norte de Buenos Aires. Era un chalet con jardín y un perro que ladraba queriendo entrar para escuchar el cuento él también. A veces, lo dejábamos pasar y se sentaba en medio de la habitación mirándome atentamente y dando pequeños aullidos de satisfacción, tal como si estuviera entendiendo lo que escuchaba.
Hace poco fui a visitar aquella casa paterna de Montevideo para recordar los viejos tiempos, todavía está bien guapa, pintada de otros colores y me pareció algo más pequeña.  ya no pude subir y bajar la escalera tan rápido como antes, fue más parecido a cuando iba a la escuela. 
Ahora son mis hijas las que cuentan cuentos a mis nietos, porque vivimos en ciudades distintas, tengo escasas oportunidades de verlos y además los relatos actuales no son tan cruentos como los que yo contaba, de la selva, con animales feroces y los de terror que ahora no se animan a transmitirles, lo cual me parece bien, el mundo ya tiene suficiente violencia y malos tratos.
Esa es una mejor manera de comenzar la vida, con amor y paz. Ahora el lobo es un buen tipo que no quiere comerse a la abuelita ni a Caperucita Roja, lo que busca es la receta de las deliciosas galletitas, que secretamente guarda la simpática anciana en un cajón de la cocina.