martes, 26 de junio de 2012

El flaco

Jacinto Suárez ya era abuelo, cuando le internaron en el hospital para estudiar su rara enfermedad en la vista, que los médicos no lograron diagnosticar. Jacinto fue perdiendo la capacidad visual poco a poco, después de un accidente automovilístico y también lo atendían por problemas motrices resultantes del mismo accidente, por lo cual decidieron tenerlo bajo observación.
Mientras le hacían los exámenes, compartió la habitación del hospital con el “Flaco Pérez”, como se hacía llamar familiarmente. Era un hombre alegre y ocurrente. A Jacinto le pareció agradable y trabaron amistad en seguida.
Hacía ya una semana y media, que Jacinto no veía más que sombras y “el flaco” le relataba lo que sucedía en el hospital y fuera de él. A través de la ventana, atisbaba la vida de sus vecinos y le relataba lo que ocurría.
Le contaba de la hija del farmacéutico de enfrente, que había ido a visitar a su tío a la ciudad de Córdoba y había vuelto con un bebé en espera y con el padre de la criatura, que ahora estaba buscando trabajo de panadero en la zona. Y acerca de la generosidad del jardinero del barrio, que les arreglaba el jardín a los ancianos sin cobrarles y otras anécdotas que amenizaban las largas jornadas de su doble encierro involuntario.
Y así fueron sucediéndose las horas y los días en que ambos estuvieron juntos, con historias interesantes o graciosas, que a veces le hacían reír de buena gana.
Una madrugada, Jacinto se despertó ante un silencio inusual.
Su compañero ya no estaba, la cama vacía y recién hecha. Intrigado, apretó el timbre hasta que llegó una de las enfermeras que conocía bien y le dijo, que hacia un mes que esa cama no se ocupaba y no conocía a nadie con ese apodo de "el flaco" y además, en la cuadra de enfrente no  había nada desde hacia tiempo, cuando se derrumbó un viejo conventillo y ahora solo había quedado un terreno vacío.

Sin embargo, le contó que la cama de al lado, sería ocupada esa misma tarde, por un señor que tenía un problema en el hígado y que sería operado al día siguiente. Cuando Jacinto le preguntó el apellido del nuevo paciente, ella respondió mirando la planilla que el apellido era Pérez. –Y es flaco? –preguntó Jacinto.
(Con la preciada colaboración de Maria Isabel Retes)

lunes, 11 de junio de 2012

La Máquina del Tiempo.

Después de años de práctica, Jonás había logrado de verdad, entrar en meditación. Había conseguido concentrarse en su respiración abdominal y luego por distintos medios, recitando mantras, o fijando la vista en el hombrecito de miniatura, dentro del barquito de cáscara de nuez, en medio del pequeño lago de su paisaje bonsai, o en alguno de sus floridos arbolitos, lograba encajarse en el espacio entre dos pensamientos y ensancharlo indefinidamente, en su continua búsqueda del silencio de la mente y de la paz interior.
Cierta mañana temprano, imaginó una gran escalera de cristal, con cien escalones que uno a uno, en cuenta descendente, lo llevaban hasta la playa y a las ondas “alfa” o “theta” de su cerebro. Luego se sumergía en las frescas aguas que mitigaban su calor y ya se encontraba en el fondo del mar, entre peces de colores, delfines, caracoles y mil especies, sentado sobre una suave mata de algas. Su mente no pensaba. Se sentía en paz y armonía con el todo supremo, respiraba pesadamente, quizás, ya estaba dormido…
Entró en un sopor profundo, del que luego despertó a una situación real, se encontraba en una ciudad que no conocía. Pasaron unos jóvenes morenos hablando en una giria que no alcanzó a comprender. Estaba en Porto Alegre, Río Grande do Sul, era el mes de febrero de1962, según la fecha del "Correio do Povo" de Porto Alegre, periódico que estaba a la venta en un escaparate. Entró en la tienda, donde además vendían ropa y alimentos. El se preguntaba cómo había llegado allí y recordó que estaba meditando. Todo a su alrededor y su propia figura reflejada en un enorme espejo, se veían reales.
Pensó en su casa y su mujer. Era doblemente imposible avisarles adonde se encontraba o lo que le ocurría, a más de mil kilómetros de distancia y cincuenta años atrasado en el tiempo. Pensó en salir del trance, pero su espíritu de aventura no se lo permitió. Prefirió permanecer allí.
El dueño de la tienda, había advertido su presencia y acudió a atenderlo. le preguntó en qué lo podía ayudar y Jonás no supo qué contestar. Si le contaba la verdad no le iba a creer. Él mismo, tenía dudas. Confundido como estaba, balbuceó un “disculpe” y salió a la calle.
Allí sintió la grata música del carnaval que se festejaba en esa época del año. Blancos y morenos con trajes típicos, tamboriles y panderetas, hermosas mulatas danzando, con breves ropas de colores. Esa alegre comparsa y su entorno le alegraron enormemente. Entonces, pensó en dos cosas:
Lo primero, seguir paseando y darle rienda suelta a su placer.
Si lo hubiera sospechado, habría traído su cámara para fotografiar todo, demostrar adónde estuvo y que le quedara como prueba, cuando regresara a su realidad anterior. Aunque no estaba seguro de cuál era la realidad y cuál no le era o si acaso esto era un desdoblamiento del tiempo en dos dimensiones distintas o algo así...
Y en segundo término, cabía el deseo de quedarse y la audaz decisión de no volver. Ese lugar era un placer del cual resultaba difícil desprenderse. Por otra parte, si volvía, la mera experiencia resultaría mejor que fabricar la legendaria máquina del tiempo. Cerró los ojos un momento, tenía que optar… Pero no pudo.
De pronto, sintió un salto y un estruendo y se vio en un túnel oscuro. Se sintió súbitamente aterrorizado. Apareció en medio de un tenebroso y profundo bosque. Era noche y llovía, todo silencioso, solo escuchaba su agitada respiración y la densa masa de agua que caía como diluvio universal. Se guareció bajo la espesura del "cerradao", típico del Matogrosso, o sea una tupida selva de árboles gigantes. De pronto un pájaro dio un grito, seguido de un gorjeo que despertó al bosque. Un sapo enorme pasó saltando alegremente delante de su escondite y se zambulló con un chapoteo. Estaba temblando, absolutamente empapado y con mucho miedo. Intuía que algo más peligroso estaba cerca. Repentinamente se vio rodeado por nueve indígenas pigmeos, armados con lanzas y cerbatanas… lo apresaron entre gritos, aguijones de sus lanzas y golpes y se lo llevaron. Por lo que pudo deducir, eran jíbaros u otra tribu de cazadores de cabezas. Varios de ellos tenían cráneos reducidos y deformados colgando de sus cinturas y huesos humanos que utilizaban como cachiporras. Cuando llegaron a sus chozas, se les unieron multitud de ellos y los golpes y puntazos arreciaron a más no poder. Sintió las punzadas de varios dardos en cuello y espalda y se desvaneció.
Acto seguido, sacudido por su mujer que lo despertaba a gritos, se encontró en su estudio, todavía sentado en posición de loto, sobre su almohadón preferido. Tenía fotofobia, dolores pulsantes en la vista y una opresión insoportable en la cabeza, entumecido y muy mareado, convencido que lo que le había sucedido era una realidad difícil de demostrar.
Su esposa lo miró asustada y él comenzó a contarle tartamudeando:
“-- Me salvaste la vida, no sabés lo que me pasó!” y ella le respondió:
“-- Bueno, no debería haberte pasado nada, estuviste horas enteras sentado como chino, sin moverte.” ... pero... estás empapado y temblando... y te sangra todo el cuerpo ... y qué son esos pinchos que te cuelgan del cuello y de la espalda? Y tus ojos también te sangran!!! Qué te ha pasado!!???